Carlos Marzal
Lleno de ruido y furia
En otra esquina más del laberinto, una cualquiera, en otra arruga más de la desfigurada cara de este mundo, nuestros pasos se cruzan sin saberlo.
Alguien pierde la historia de su historia, por no pararse a tiempo en un escaparate, mientras, al otro lado de aquel mismo cristal, alguien ya se ha dolido de una definitiva carencia incomprensible. En una calle anónima, un sujeto en la sombra nos perdona la vida, después de haber pensado: Hoy has vuelto a nacer hijo de puta, y el caminante próximo es la víctima. Una voz al azar en un transporte público no sabe, compungida, explicarse por qué alguien sobre el que habla estuvo en un lugar que jamás frecuentó, en el instante exacto en que estalló la bomba. Un teléfono suena, en la casa vacía suena y suena, y quién sabe qué vidas ya se han precipitado en quién sabe qué pozos de qué impensable noche.
A veces he querido traducir ese rostro con expresión idiota con que el mundo nos mira y lo miramos, y termino contándome, idiota, alguna historia, cuyo humor no he aprendido a traducir aún. Ya saben: el coche mortuorio, parado a nuestro lado, en el semáforo, en el centro de un día que esplende, indiferente. O aquella, tortuosa, de hospital: un tipo muy contento, tras un feliz diagnóstico, entra en un ascensor donde alguien llora.
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