Fue una fotografía premiada que se publicó en todo el mundo. La tomó Kevin Carter, de treinta y tres años de edad, fotógrafo periodístico de Suráfrica. Era una foto de un niño de Sudán, África, de tres años de edad.
La fotografía mostraba al niño de bruces, caído en posición fetal, muriendo de hambre. Un enorme buitre, erguido a pocos metros del pequeño, estaba esperando. Unos momentos más, y el buitre consumiría a la indefensa criatura.
Después de tomar la fotografía, Carter ahuyentó al buitre, pero se quedó allí varias horas, fumando y llorando. Profundamente conmovido, casi no podía ni moverse. Algún tiempo después, víctima de una intensa depresión, Kevin Carter se suicidó con monóxido de carbono. Aquella escena, a la postre, lo había consumido.
Esa fotografía premiada es todo un símbolo de la situación actual de nuestro mundo. Un niño inocente que se muere de hambre, un buitre implacable que espera su muerte, un fotógrafo sentimental que llora por la escena que ha presenciado, y el mundo que sigue con su violencia, guerra, hambre y orfandad.
Ésta es una fiel reproducción actual de la humanidad. Los buitres de la depresión, de la angustia, de la pena y de la desesperanza están royendo las almas y devorando las conciencias. Y no es porque Dios así lo quiera.
Dios quiere que los niños del Sudán, como los de todo el mundo, tengan padres, casa, comida y educación. Dios quiere que todos seamos justos, sanos, buenos y felices. Él quiere que todos los fotógrafos del mundo sólo puedan tomar escenas de hogares risueños, matrimonios amorosos y niños que se duermen con una canción de cuna.
Pero el mundo no es así. ¿Por qué está tan enferma nuestra sociedad? ¿Por qué todos los diarios del mundo sólo publican escenas de guerras, atentados, terrorismo, sexo desvergonzado y asesinatos? Hay una razón.
Es porque el corazón del hombre sigue siendo malo y su voluntad sigue siendo rebelde. Pero si todo hombre se volviera a Cristo y lo aceptara como Señor, Salvador y Dueño, el hombre cambiaría y, al cambiar el hombre, cambiaría también el mundo.
En nombre de Dios y por nuestro propio bien y el de quienes nos rodean, permitamos que Cristo sea nuestro Salvador. Él transformará nuestra vida, y sabremos lo que es la paz, la cordura, el bienestar y la satisfacción. Este es nuestro día. Aprovechémoslo.