El primer punto esencial acerca de la felicidad que nuestros sabios nos enseñan es que el aclarar una duda, estar seguro y llegar a la verdad sobre lo que uno antes estaba confundido, lograr esa seguridad y certeza nos hace feliz: “No hay alegría comparada a aquella proveniente de resolver una duda”, de lo que se deduce, que el tener dudas absorbe nuestra alegría, si no estamos seguros no podemos ser felices.
El segundo punto: para ser feliz debes estar contento, satisfecho. Confortable… pero ello no significa que tú no tienes nada que hacer, estar contento significa que yo trabajo duro, tengo una gran tarea que cumplir, tengo una carga pesada, pero lo hago con alegría. Las personas verdaderamente humildes son felices… ¿Quién es una persona humilde? Es alguien que sabe que trabaja duro, sabe que es una buena persona, sabe que hizo lo mejor posible, pero al mismo tiempo reconoce que lo que recibe es mucho más de lo que merece… en cambio, una persona arrogante, aunque no haya realizado una gran labor ni se haya esforzado tanto, siente que merece y merece… y todo lo que reciba lo ve como algo merecido y es por ello que esa persona no puede lograr la felicidad.
Hasta aquí hemos tratado dos ingredientes de la felicidad. El primero: ser una persona segura, lograr la seguridad y certeza en cada aspecto de la vida, y segundo: estar satisfecho y sentirse confortable con el trabajo.
El tercer punto es la “gratitud”. ¿Debemos ser agradecidos? ¿Tenemos por qué estar agradecidos? Absolutamente sí, la vida misma no la merecemos, ¡cada niño que nace no hizo nada para merecer la vida! Es un regalo, y cada día de vida tampoco lo merecemos y es por eso que lo primero que debemos hacer al despertarnos por la mañana es agradecer a Dios por darnos la vida.
José Melamed