Mi muchacha salvaje, hemos tenido que recobrar el tiempo y marchar hacia atrás, en la distancia de nuestras vidas, beso a beso, recogiendo de un sitio lo que dimos sin alegría, descubriendo en otro el camino secreto que iba acercando tus pies a los míos, y así bajo mi boca vuelves a ver la planta insatisfecha de tu vida alargando sus raíces hacia mi corazón que te esperaba. Y una a una las noches entre nuestras ciudades separadas se agregan a la noche que nos une. La luz de cada día, su llama o su reposo nos entregan, sacándolos del tiempo, y así se desentierra en la sombra o la luz nuestro tesoro, y así besan la vida nuestros besos: todo el amor en nuestro amor se encierra: toda la sed termina en nuestro abrazo. Aquí estamos al fin frente a frente, nos hemos encontrado, no hemos perdido nada. Nos hemos recorrido labio a labio, hemos cambiado mil veces entre nosotros la muerte y la vida, todo lo que traíamos como muertas medallas lo echamos al fondo del mar, todo lo que aprendimos no nos sirvió de nada: comenzamos de nuevo, terminamos de nuevo muerte y vida. Y aquí sobrevivimos, puros, con la pureza que nosotros creamos, más anchos que la tierra que no pudo extraviarnos, eternos como el fuego que arderá cuanto dure la vida.
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