Y ahora, abundante de ensueños y de grises, con esa eterna impotencia que no limpia el lenguaje, el miedo que se hace palabra para no ser miedo, todo lo que enciende luces y no se nombra por si muere, el resquicio de libertad que terco asoma; brazo roto, abril marchito, luna falsa, también falso el dolor que se vuelve costumbre; los labios en dudosas fuentes, los ojos todavía sedientos de estrellas, calandrias, mitos y otras delgadas inutilidades que los dioses derraman, la sonrisa en ayuno para que no traicione y una mentirosa amnesia de rechazos y deseos; con ruiseñores y congojas, o sea con nada, sólo con uno mismo dentro y fuera, dispuesto a que cada cosa recupere su alcurnia, su medida y su precio, se emprende la huida adonde aún no ha llegado el futuro.
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