Un día -hace algunos años atrás- me encontraba un poco abatida, casi deprimida.
Había trabajado mucho sin conseguir los resultados que necesitaba y que mi jefe me exigía.
En esos días, tenía una amiga que era voluntaria en cierto Hospital de las cercanías del lugar donde ambas trabajábamos.
Ese día se acercó a mí y me dijo:
- Amiga, ando sin auto y necesito llevar un paquete a "mis niñitos" ¿me puedes llevar?.
- Está bien, dije, pensando en lo aburrido del panorama, llevar a esta amiga al Hospital no era una cosa de lo más entretenida. Pero Olga -que así se llamaba esta chica- era muy persistente cuando se trataba de su voluntariado. A todos nos había pedido ropa, donaciones, llevaba rifas y vendía los números, la escuchábamos hablar por teléfono con diferentes personas para conseguir que los niños enfermos que ella visitaba, tuvieran un mejor pasar.
Sólo me había pedido que la llevara con un gran paquete de ropa de niños y algunos juguetes, pero al llegar allá me dijo.
- Acompáñame a dejar esto sólo a la Recepción donde están las Voluntarias.
Olga era de las personas que van involucrándote en sus cosas poco a poco. Al llegar al lugar donde se suponía que dejaríamos el bendito paquete, volvió a avanzar en su pedido.
- Mira, ya que estamos aquí, te invito a conocer a "mis niñitos" (así llamaba ella a estos enfermitos de cáncer), son súper tiernos y amorosos.
Débilmente intenté oponerme diciendo que ella sólo me había pedido traerla...
Pero cómo dije, Olga era persistente y me tomó de un brazo y me llevo a la sala que ella visitaba.
Todos los niños la saludaron con cariño.
- Mira, este es Tomasito, tiene 18 meses y lo tratan por cáncer cerebral, observa que lindos ojos tiene y él lo sabe porque todos se lo dicen...
- Y esta es Andrea, tiene cáncer en la pierna izquierda. Es muy bonita ¿no?
- Hola Juanito ¿han venido tus padres desde la provincia?...
A medida que ella me iba presentando a quienes estaban padeciendo enfermedades que para cualquier adulto serían devastadoras, los niños se alegraban, sonreían y estaban tan contentos que fuéramos a verlos.
Algunos jugaban con juguetes usados y descoloridos como si fueran la última novedad.
Todos tenían bellos ojos y miradas profundas donde se adivinaba una madurez apresurada.
Salvo una excepción, una niña de 14 años que no quiso saludarnos, todos los demás eran alegres, divertidos y disfrutaban tanto el saber que íbamos a verlos.
Pero algo más me esperaba cuando pregunté:
¿- Por qué ese niño está separado de los otros en esa sala?
- Ah, dijo Olga, ese es Miguel Ángel, está terminal y no quieren que los otros niños lo vean morir. Vamos a verlo.
Miguel Ángel tendría unos 11 o 12 años. Un cáncer cerebral lo había dejado sin vista y había invadido su boca y garganta. No veía, ni podía hablar.
En pocas ocasiones me he sentido tan estúpida por no saber que hablar ni que consuelo dar a ese niño a quien la enfermedad le había quitado su forma de comunicarse en una forma tan cruel.
Me fijé que su piel era muy blanca y suave y sus bellas manos de largos dedos eran como palomas que imaginé sobre un piano interpretando a Chopin.
- Que lindas son tus manos, Miguel Ángel, dije casi para mí, acariciándolo y sintiendo que nada podía hacer por él.
Tomé su manos, que era lo único en su cuerpo que no era deforme y sin saber que decir, musité
- Miguel Ángel, Dios te ama.
Y aquel niño deforme, mal oliente y devastado por la enfermedad, apretó mis manos y en el silencio sentí claramente que me contestó:
- lo sé.
Al salir de allí y darme cuenta que aquellos niños que tenían una enfermedad tan agresiva, muchos de ellos terminales, comprendí lo mucho que a mí me había dado la vida, la fortuna de tener una buena salud, mía y de mi familia, lo poco importante que era mi problema ante la situación de esos niños.
Y comprendí y me juré que nunca iba permitir sentirme deprimida.
Si aquellos niños estaban llenos de vida y deseos de vivir y sabían -aún en ese infierno- del amor de Dios ¿qué derecho tenía uno -con tantas ventajas- a sentirse agobiada?.
Hace tiempo que no he vuelto a ver a Olga, pero la recuerdo constantemente. Sobre todo cuando alguien llega a contarme que está triste o deprimido y le cuento esta historia y por qué esta persona no tiene razón para sentirse con depresión.
Olga fue la persona que Dios utilizó para darme una Lección de Vida, inolvidable.
EM.
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