Haz obra de evangelista
“Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos.”
2 Reyes 7:9
El hambre se había
apoderado de los habitantes de Samaria, ciudad asediada por el rey de Siria (leer 2 Reyes 6:24 a 7:20). Nos da idea
de ello el precio que se pagaba por la cabeza de un asno o por el estiércol de
las palomas con el fin de alimentarse de ello. La irritación de una madre que
un día se ha comido a su hijo junto con otra mujer, la que al día siguiente
rechaza comerse al suyo, sobrepasa toda imaginación. Es una imagen del hambre
espiritual del mundo en que vivimos, asediado por el príncipe de las tinieblas.
Se persigue lo que no vale nada. Las exhibiciones inmorales que nos repugnan
son las delicias de una multitud depravada. ¿No hay padres que viven de la
decadencia moral de sus propios hijos? Así como antaño el rey de Samaria
imputaba este mal al profeta de Dios, hoy en día los que sufren a causa de
estos excesos lo imputan a un cristianismo impotente, mientras que ellos mismos
rechazan al Señor.
A la puerta de tal
mundo, el hijo de Dios se alimenta del maná celeste, bebe del río de la vida y llena
su corazón de provisiones espirituales; así hacían los cuatro leprosos que
habían encontrado abundancia de alimentos y riquezas en el campamento sirio
abandonado. ¿No debemos decir como ellos: “No estamos haciendo bien”, guardando
estos tesoros para nosotros mismos y dejando que aquellos que nos rodean se
mueran de hambre?
No se trata de un
problema de mejoramiento moral o social, es una cuestión de vida, de vida
eterna. Si verdaderamente somos felices en el Señor, protegidos por la sangre
de Cristo, y disfrutamos de las bendiciones que emanan de la cruz, no podremos
permanecer indiferentes al lado de aquellos que corren hacia la perdición. El
deseo de nuestro corazón y la súplica que dirigiremos a Dios será “para
salvación” (Romanos 10:1). La
oración de todos los días, de cada momento, será para la salvación de las
almas, y a menudo de un alma en particular. Sin duda, será necesario que
perseveremos en la oración (Romanos
12:12). La súplica ferviente del justo puede mucho (Santiago 5:16). El Señor enviará obreros a su mies (Mateo 9:37). Como él prepara las
buenas obras de antemano (Efesios 2:10),
preparará también las ocasiones. ¡Que sepamos aprovecharlas citando la Palabra
a su debido tiempo! (Colosenses 4:6).
Si bien es cierto
que hay algunos particularmente calificados para predicar el Evangelio, todos
pueden hacer la obra de evangelista; todos son «hermanos en la obra». El más
joven puede invitar a un compañero a una reunión, a la escuela dominical, o
darle un evangelio. Muchos de nuestros vecinos tienen un buzón, ¿por qué no les
dejamos un tratado evangélico? En el trabajo, la oficina, escuela o
universidad, ¿nos sonrojamos cuando hace falta declarar que somos cristianos,
“siervos de Jesucristo”? Habiendo sido rescatados por la preciosa sangre de Cristo,
¿podríamos tener vergüenza del Evangelio, que es “poder de Dios para salvación
a todo aquel que cree”? (Romanos 1:16).
El mensaje de la gracia es muy sencillo. Juan el Bautista, mirando a Jesús que
iba pasando, dijo: “He aquí el Cordero de Dios”. Dos de sus discípulos, al oír
estas palabras, siguieron a Jesús. Pronto después, Andrés encontró a su hermano
Simón y le dijo: “Hemos hallado al Mesías” y le condujo a Jesús (Juan 1:36-42).
Primeramente
debemos tener la seguridad de nuestra salvación, y el santo deseo de seguir a
nuestro Salvador y Maestro. Entonces podremos hacer nuestros los mensajes de
Pablo a su hijo espiritual Timoteo, incluso cuando nos diga: “Sufre penalidades
como buen soldado de Jesucristo” (2
Timoteo 2:3).
También debemos
huir de las pasiones juveniles (2:22),
ser amables con todos (2:24), ser
sobrios en todo (4:5), sintiendo en
nuestros corazones que el Señor está a nuestro lado (4:17); así haremos que el Evangelio sea recomendable,
“recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios” (2 Corintios 4:2). La semilla sembrada ya no está en nuestras
manos, sino en los corazones y las conciencias; el Señor es quien dará el
crecimiento (1 Corintios 3:6).
“Echa tu pan sobre
las aguas; porque después de muchos días lo hallarás” (Eclesiastés 11:1).
H. Al.
En cuanto al servicio
Cada servicio
tiene como punto de partida el “estar a los pies del Señor Jesús”, donde le
escuchamos y tenemos comunión con Él. En la acción de María, derramando el
precioso nardo a los pies de Jesús, y en la de Marta, preparando la comida para
el Señor y sus discípulos (Juan 12:2-3),
vemos los dos aspectos del servicio cristiano. Con María, se nos dirige hacia
el Señor, hacia Dios, y con Marta se nos presenta el aspecto aplicado a los
hombres. Así leemos en 1 Pedro 2 que
somos un “sacerdocio santo”, “para ofrecer sacrificios espirituales, aceptables
a Dios por medio de Jesucristo”. Pero después encontramos que somos “un real
sacerdocio”, para que anunciemos las virtudes de Aquel que nos ha llamado de la
oscuridad a su luz maravillosa.
Es un gran
principio de las Escrituras que uno cumpla cada servicio por mandato del Señor
y sintiendo su responsabilidad ante Él. Para el que reflexione, esto resulta
clarísimo. Un siervo del Señor comunica a los hombres un mensaje de parte de
Dios. ¿Puede ser de otra manera, sino que Dios mismo llame a sus siervos y les
proporcione los dones que precisan? En Efesios
4:7-12 está escrito que el Señor resucitado ha recibido dones y que los
distribuye a los suyos.
Ningún hombre,
ningún siervo de Dios e igualmente tampoco la Iglesia, tienen algo que ver con
el llamamiento y nombramiento de los obreros del Señor (Gálatas 1:1).
(ar)
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