De un
robot, creado artificialmente, cabría esperar que siempre diga la verdad. Pero los autómatas también pueden aprender a contar mentiras, según demuestra un nuevo estudio sueco. Los ingenieros Sara Mitri y Dario Floreano, junto al biólogo evolutivo Laurente Keller, decidieron hacer la prueba con 100 grupos de 10 sencillos
robots a los que asignaban la tarea de
“buscar comida” en un área controlada bajo una serie de reglas, como
encender una luz azul cuando encontraban el “alimento” para avisar a sus compañeros. El
cerebro artificial de estos robots estaba formado por 14 “
neuronas” con 33 conexiones o “sinapsis”. Después de 100 vueltas, los robots que habían conseguido más puntos pasaban a la siguiente ronda.
A medida que avanzaban las pruebas, los investigadores comprobaron que aquellos que conseguían más comida mantenían en secreto su ubicación (no encendían la luz). Y lo que es más sorprendente, que a partir de la 50ª generación algunos de ellos mandaban la señal en zonas donde no había alimento, para confundir al resto.
“Es evolución y selección natural”, sugieren los autores, que creen que los conflictos de intereses pueden hacer que en la naturaleza se favorezca a individuos que suprimen o tergirversan la información.