Cuando, al final de Habanastation, primer largometraje fictivo del realizador Ian Padrón, el adolescente “rico” sale corriendo del automóvil de los padres para prestarle su juguete electrónico al condiscípulo “pobre”, un espectador recuerda el abrazo de Diego y David en Fresa y chocolate, de Tomás Gutiérrez Alea. Son gestos dispares en índole, fines y alcance; pero avalan el triunfo de sentimientos cordiales por sobre las barreras de las diferencias: en la sexualidad, Fresa y chocolate; en las condiciones materiales de vida, Habanastation.