El apego de Rafael L. Díaz-Balart al dictador Fulgencio Batista, le permitió estar al corriente de la real situación de la dictadura en 1958, su dominio de lo que acontecía en la zona de operaciones en el norte de la provincia de Oriente, el avance de las fuerzas rebeldes, la necesaria falsedad de los partes de guerra para mantener la moral de las fuerzas vivas que sostenían el emporio criminal. Díaz-Balart tenía sus contactos privados con funcionarios de la Embajada norteamericana en La Habana, con frecuencia sostenía encuentros para medir el pulso de quienes realmente mandaban los destinos del país.