Cuando George W. Bush dijo: “Vivo muerto”, cuando lo repitió Barack Obama, nadie entendió que los presidentes de EEUU manejaban dos opciones. Nunca fue vivo o muerto; eso era literatura, un guiño con el viejo Oeste, marketing. Con Osama bin Laden solo había una posibilidad: muerto, porque vivo era un problema mayor. Arrojar el cuerpo del jefe de Al Qaeda al mar puede ser una torpeza, pero llevarlo a tierra firme tenía demasiados efectos secundarios.