Si le preguntas a un niño qué es más divertido, te dirá sin pensarlo que jugar; y ese jugar implica correr, dejarse rodar por el suelo, meter los pies en el charco más ínfimo del patio; aunque luego la madre, de camino a casa, pregunte molesta si ella lo ha dejado en el Círculo Infantilo en la agricultura.
La hora menos divertida, en cambio, será siempre la de la siesta, justo cuando el día empezaba a ponerse interesante y uno ya había decidido que haría de cocinero sobre una mesa o de médico sanador de muñecas dolientes. Las “seños” del círculo nunca entienden esas cosas. Ellas solo saben que llegó la hora de dormir, de reponer energías, como si a uno, tan temprano, se le pudieran acabar las fuerzas.
Lo recuerdo porque mi infancia no está tan lejos, aunque ni haciendo magia cabría nuevamente en aquel asientico de madera diseñado especialmente para mí, y acomodado en la parte delantera de la bicicleta forever de mi mamá. Lo recuerdo porque es difícil olvidar el viento sobre la cara cada mañana, mientras todo emocionado se va camino a encontrarse con los compinches del jardín de niños.
Una pena que el tiempo ande siempre tan apurado y que, para cuando te percatas, te ha arrastrado un montón de años adelante y empujado a luchar por cumplir tus sueños. Con la premura de crecer, uno pocas veces recuerda que esos sueños, casi siempre comenzaron en una cuchara.
Foto: Ladyrene Pérez/Cubadebate.
Un día en el Círculo Infantil. Foto: Ladyrene Pérez/Cubadebate.
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Salón de juegos. Foto: Ladyrene Pérez/Cubadebate.
La hora de la siesta. Foto: Ladyrene Pérez/Cubadebate.
Competencia de ula ula. Foto: Ladyrene Pérez/Cubadebate.
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La hora de la siesta. Foto: Ladyrene Pérez/Cubadebate.
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Recogiendo los juguetes. Foto: Ladyrene Pérez/Cubadebate.
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Horario de almuerzo. Foto: Ladyrene Pérez/Cubadebate.
Rugiendo como un león. Foto: Ladyrene Pérez/Cubadebate.
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Preparándose para la siesta. Foto: Ladyrene Pérez/Cubadebate.