“No todo el fútbol es Real Madrid, Barcelona u otro club europeo”, intentaba explicarle en Holguín a un amigo fanático del Barça. No hablo de medir calidad –donde la de estos equipos es incuestionable– sino de la pasión por el club del barrio. Ese que es poco mediático. Ese del cual los europeos, con muchos millones, se nutren (el caso de Messi que salió del Club Atlético Newell’s Old Boys, de Rosario).
En Argentina, por ejemplo, donde el fútbol es la más seria de las pasiones, lo menos que se ve son insignias de clubes extranjeros. Los hinchas, de todas las edades, llevan puesta la camiseta de su club o la albiceleste de la Selección Nacional. Por tierras gauchas suele decirse que “todo puede cambiar, menos el color de mi camiseta”.
Yo solo logré entender a esos millones de apasionados cuando leí los cuentos sobre fútbol del gran escritor argentino Roberto Fontanarrosa y al observar en la cancha a los hinchas de Gimnasia y Esgrima de La Plata, un club de la ciudad de las diagonales en Argentina, del que soy seguidor.
Entendí, además, por qué para los argentinos aquel par de goles de Maradona a los ingleses (la mano de Dios y el que es quizás el mejor gol de la historia) en el Mundial de México 1986 representa –simbólicamente– la batalla que nunca pudieron ganar los argentinos a los ingleses (hasta el día de hoy Inglaterra sigue usurpando las Islas Malvinas).
Ese amor por la camiseta, esos millones de hinchas, están en las antípodas de todo el negocio y la violencia que unos pocos (dirigentes y mafiosos) imprimen hoy al fútbol argentino.
Estas fotos son del último domingo en la cancha de lobo (mascota del club de Gimnasia y Esgrima de La Plata. Se jugó el clásico del futbol platense. Gimnasia se enfrentó en casa a su eterno rival: Estudiantes de La Plata. El lobo perdió con pésima actuación pero hasta el último aliento los hinchas triperos (como también se les conoce a los de Gimnasia) alentaron a su equipo.
Fragmento del libro Cuentos de Fútbol, de Roberto Fontanarrosa:
Hay partidos que no se pueden perder. ¿Y qué? ¿Te vas a dejar basurear por estos soretes para que te refrieguen después la bandera por la jeta toda la vida? No, mi viejo. Entonces, ahí, hay que recurrir a cualquier cosa. Es como cuando tenés un pariente enfermo ¿viste? tu vieja, por ejemplo, que por ahí sos capaz hasta de ir a la iglesia ¿viste? Y te digo, yo esa vez no fui a la iglesia, no fui a la iglesia porque te juro que no se me ocurrió, mirá vos, que si no… te aseguro que me confesaba y todo si servía para algo.