La delimitación de las fronteras en un país tan vasto como Rusia es una tarea que no es sencilla; máxime cuando, además, hay que diferenciar la Rusia europea de la asiática. Aunque proyecto lejano, este aspecto llegó a ocupar a la Alemania nazi y trató de dejar los menores cabos sueltos.
Dentro del denominado “nuevo orden” que quería establecer el nazismo, destacaba el Generalplan Ost, programa que, básicamente, propugnaba la expansión alemana de Hitler hacia el este mediante el genocidio y la limpieza étnica de los pueblos eslavos y su posterior adhesión al Tercer Reich. Por supuesto, otro de los objetivos era acabar con la Unión Soviética, régimen que los alemanes consideraban ilegítimo.
La preparación del Generalplan Ost se realizó entre 1939 y 1942, pero gran parte del ideario hitleriano ya apareció en su libro Mein Kampf (1925-1926), como la división de subhumanos (Untermensch) en la que aparecían, entre otros, los pueblos eslavos y los bolcheviques. La Unión Soviética era vista por los nazis como un estado asiático y consideraba que la frontera tradicional entre Europa y Asia, los Urales, “esas montañas medianas”, como Hitler las describía, “no podían separar los mundos europeo y asiático”. El Führer prefería como frontera natural el río Dniéper –que discurre por Ucrania, Rusia y Bielorrusia– antes que los Urales.
Delirios de futuro
El filósofo Alfred Rosenberg, ministro alemán de los territorios orientales, era uno de los padres de este proyecto junto a Heinrich Himmler. Pese a no considerarla su frontera ideal, Adolf Hitler menciona los Urales en varias ocasiones en conversaciones que quedaron registradas, consciente de la importancia para la Unión Soviética. De hecho llegó a asegurar que, con los Urales en poder nazi, Iósif Stalin no sería capaz de recuperar la Rusia europea desde Siberia.
Hitler aseguró al embajador alemán en la Francia ocupada, Otto Abetz, que con los Urales Rusia sería para los alemanes como la India para el Reino Unido. Pese a haber sido derrotados en la Operación Barbarroja, el ministro de Exteriores alemán Ribbentrop aseguró a su homólogo danés, Erik Scavenius, el 2 de noviembre de 1942, que esperaban que la Rusia asiática se desintegrase “en múltiples repúblicas campesinas” y que los alemanes pasarían a ocupar la Rusia europea.
Al Gobierno General de Polonia, el Reichskommissariat Ostland de los estados bálticos y Bielorrusia, y el Reichskommissariat Ukraine, el régimen nazi sumaría otros dos hipotéticos centros administrativos en terreno soviético: el Reichskommissariat Moskowien, que incluiría la Rusia europea, y el Reichskommissariat Kaukasus, que abarcaría toda la región del Cáucaso.
Posteriormente el de Moskowien lo dividirían en varios Generalkommissariats con el objetivo de erradicar la cohesión nacional rusa para implantar sentimientos más regionales. Con ello, los habitantes de la Rusia europea acabarían por sentirse totalmente diferentes a los de más allá de los Urales. En los círculos nazis se preparaba, como colofón final, la sustitución del alfabeto cirílico por el latino y la exportación de Testigos de Jehová en la Rusia ocupada, ya que Himmler los consideraba personas tenaces y dedicadas al pacifismo, algo necesario para el sometimiento a largo plazo de los pueblos eslavos y soviéticos.
La maquinaria nazi trazó, también, proyectos económicos en una futura Rusia nazi. El Breitspurbahn era el ancho de vía propuesto para utilizarse en la Unión Soviética. Habría cuatro inmensas líneas ferroviarias y una de ellas tendría como punto de partida Rostov del Don hasta París.
Inicialmente la intención era conectar Vladivostok a la red ferroviaria, pero se abandonó esta idea y se focalizó en ciudades europeas.
La pared humana
Una de las razones por las que Hitler no quería que los Urales fuesen considerados la frontera entre Europa y Asia era que el Führer ya contaba con otro concepto diferente como frontera y era el de 'pared humana', un territorio ocupado por luchadores arios que servirían como límite entre ambos continentes en un permanente estado de guerra para “preservar la vitalidad de la raza” y evitar la invasión asiática.
Hitler argumentaba que Alemania tenía el derecho y deber de expandirse hacia el este. Consideraba “inconcebible que un pueblo superior viviese dolorosamente en un terreno demasiado estrecho, mientras que otras masas amorfas, que no contribuyen en nada a la civilización, ocupasen extensiones infinitas de un suelo que es uno de los más ricos del mundo”. Con este rico suelo se refería al chernozem, un terreno negro rico en humus muy habitual en los Urales, Siberia y en los Balcanes.
La línea A-A
El grueso de la Operación Barbarroja dibujada por los nazis debía desarrollarse en el oeste soviético, esto es, la parte europea, que es donde la Wehrmacht suponía que estaban los mayores suministros y reservas del Ejército Rojo.
Nuevamente la amenaza asiática obsesionaba a Hitler y, para evitarlo, trazó una línea imaginaria como límite de traspaso. Esta fue la línea Arjánguelsk-Astracán, que conectaba estas dos ciudades rusas, la primera al norte en el mar Blanco, con la segunda en el Caspio. Esta línea imaginaria fue descrita en la Directiva 21 de Adolf Hitler sobre la invasión planeada a la Unión Soviética.
Una vez asegurada la parte europea, se pretendía que, con esta línea, la Rusia asiática nunca pudiese atravesarla para recuperar las tres grandes ciudades –Moscú, Leningrado y Stalingrado– y, en caso de hacerlo, atacar las ciudades industriales de los Urales mediante bombardeos aéreos, principalmente Ekaterimburgo (llamada Sverdlovsk en época soviética).
Al asegurar el terreno hasta la línea A-A se privaba a los soviéticos de una gran parte del petróleo que se concentraba en el Cáucaso, pero las fuerzas nazis fallaron al no proteger los objetivos de esta línea imaginaria y la historia acabó como es bien sabida por todos.