Messing nació en un asentamiento judío en Polonia, entonces territorio del Imperio ruso. Sus padres quisieron que fuera rabino y lo entregaron a una escuela religiosa. Sin embargo, esta decisión no era del agrado de Wolf, que decidió que tenía otra misión en la vida y se fugó.

Se montó en el primer tren que vio pasar y, como no tenía dinero para el billete, tuvo que esconderse bajo el asiento del revisor. Aun así este lo encontró y, agarrándolo por las solapas de su chaqueta, lo sacó a la fuerza de debajo del asiento y le solicitó el billete. Entonces Wolf sacó un pedazo de periódico viejo y se lo mostró. El revisor marcó el papel con la perforadora y le dijo: “Pero chico, ¿para qué te escondes si tienes billete?”. En ese momento Wolf descubrió sus dotes para manejar a las personas e inducirlas a cumplir su voluntad.

El tren lo llevó hasta Berlín. Al principio vivió sumido en la pobreza; fregaba platos, limpiaba zapatos… Pasó hambre durante mucho tiempo hasta que, finalmente, encontró un trabajo en un circo. Los insólitos números que presentaba le hicieron ganar popularidad enseguida. Solo Messing era capaz de encontrar objetos ocultos, leer la mente, predecir el futuro e imponer su voluntad. Y de hecho lo hacía sin la ayuda de ningún auxiliar, sin engaños. Lo que hacía no eran trucos, sino auténticos milagros.

En una ocasión, el circo se fue de gira a Viena. El fenómeno de Messing despertó el interés de dos importantes científicos: Sigmund Freud y Albert Einstein. Los tres concertaron un encuentro para realizar un experimento. Messing le dijo a Freud:

—Piense un deseo y yo lo cumpliré.

Después se acercó a Einstein y le quitó tres pelos del bigote.

—¿Es eso lo que quería? —le preguntó.

—Sí —contestó Freud.

Viajó mucho y sus prácticas despertaron la curiosidad en las personas más variopintas. Recibió la visita de Mahatma Gandhi, de Marilyn Monroe e incluso del entonces presidente de Polonia, Pilsudski. Cuando Hitler llegó al poder, Messing regresó a Polonia.

Allí, en un teatro de Varsovia, pronunció su famosa profecía: “Si Hitler declara la guerra al este morirá”. Sus palabras llegaron hasta el führer, quien entró en cólera y anunció una recompensa de 200.000 marcos imperiales (Reichsmark) a cambio de la cabeza de Messing. Y la caza comenzó… Cuando los fascistas ocuparon Varsovia, Messing fue arrestado por la Gestapo. Una patrulla lo detuvo por la calle:

—¿Quién eres?

—Un artista.

—Mientes, tú eres Messing. ¡Vaya con el mago judío! Hace tiempo que te esperan en Berlín.

Y acto seguido le golpearon en la cara. Messing perdió el conocimiento y se despertó directamente en la comisaría, de donde logró escapar solo gracias a su don. Ordenó mentalmente a los agentes de la Gestapo que entraran en la celda y estos obedecieron sin dar crédito a lo que hacían. Una vez que estuvieron dentro, Messing los encerró y se marchó de allí, huyendo hacia la frontera soviética.

En la Unión Soviética ya habían oído hablar de él. Stalin envió un avión privado y pidió que lo llevaran al Kremlin. Agentes del NKVD acompañaron a Messing.

—Enséñeme lo que sabe hacer —le dijo Stalin—. Venga mañana a mi dacha, sin ceremonias. ¿No necesita permisos, cierto?

Al día siguiente Messing entró sin problemas en la dacha de Stalin. Hizo creer al servicio de seguridad que era el comisario general de la Seguridad Estatal, Lavrenti Beria, y estos le abrieron paso en todos los controles.

La siguiente prueba no fue tan sencilla. Stalin pidió a Messing que consiguiera 100.000 rublos del Banco Central del Estado así sin más, sin un solo documento. El día señalado, Messing se acercó al Banco Central, entró en el edificio, mostró al empleado una hoja en blanco y le pidió 100.000 rublos. El cajero hizo todo lo que le pidió el mago, quien metió el dinero en un maletín y se fue al Kremlin.

Se desconoce si Mijaíl Bulgákov había oído hablar de Messing, pero probablemente así fue, pues todos estos trucos guardan bastante parecido con los que protagoniza Vóland en su novela El maestro y Margarita

En Rusia, Messing continuó proclamando sus predicciones. Primero predijo el estallido inminente de la guerra con un margen de precisión de hasta una semana. “Los últimos diez días de junio de 1941 empezará la guerra”, dijo. Más tarde, antes del inicio de la guerra, afirmó que había visto cómo entraban en Berlín los tanques soviéticos.

Con Stalin mantenía una relación complicada. Al contrario de lo que se cree, Messing no era su mago personal. Sin duda Stalin no necesitaba los servicios de un mago. Aunque es cierto que Messing podía leer la mente, Stalin conocía bien los pensamientos de sus allegados y se esmeraba en ocultar los suyos propios a los demás. De modo que una persona con dotes extrasensoriales no era precisamente lo que más necesitaba a su alrededor. Es poco probable que a Stalin le hiciera gracia la idea de que alguien pudiera leer su mente.

De hecho, tuvieron pocos encuentros, pero Messing llegó a tener cierta influencia sobre Stalin. Se dice que el líder soviético, en cierto modo, le temía. Cuenta la leyenda que Messing se coló en la dacha de Stalin en marzo de 1953 y este le preguntó:

—Dicen que eres capaz de predecir el futuro, pero ¿sabes cuándo vas a morir?

—Después de usted, camarada Stalin —le contestó Messing.

—¿Eso quiere decir que sabes cuándo voy a morir yo?

—Muy pronto.

Stalin lo miró con los ojos desorbitados del susto, abrió la boca, cerró los párpados y cayó sobre la alfombra.

Probablemente solo sea una leyenda, aunque no está falta de atractivo: un malvado dirigente que muere a causa del hechizo de un mago bondadoso…

Lo cierto es que al propio Messing sus conjuros no le ayudaron. Los últimos años de su vida fue presa de una grave enfermedad y estuvo aterrorizado con la idea de la muerte. Cuando lo sacaron de su casa para someterlo a una operación dijo mirando su retrato: “Se acabó, Wolf. Ya nunca volverás aquí”.

Messing murió y su misterio quedó inconcluso. Se dice que en los archivos de la KGB aún se conservan documentos clasificados sobre él, aunque en realidad, ningún documento puede explicar un prodigio como este.