En la década de 1990, la literatura rusa se dejó llevar por una libertad embriagadora, surgida de la ruptura con una época, y se adaptó a esos nuevos vientos como pudo. Finalmente, acabaron viendo la luz obras cuya publicación estaba prohibida en la Unión Soviética. En paralelo, emergió con fuerza la literatura “barata”. Entre toda esta avalancha, los escritores rusos contemporáneos simplemente se perdieron; y las letras rusas se consolidaron bien entrada ya la década de 2000, tras haber dado a conocer al mundo a una pléyade de escritores potentes que experimentaban osadamente con los géneros y las temáticas.