Temas e ideas

El crítico Konstantín Milchin, de la revista Russki reportior, señala con ingenio y precisión siete temas principales en la literatura rusa del siglo XXI:

1) “Personaje inmerso en una situación extrema”, es decir, una persona que pasa por la experiencia de la guerra o de la cárcel: las secuelas del conflicto de Chechenia y de procesos judiciales de gran repercusión mediática como el caso de Mijaíl Jodorkovski. Algunos ejemplos son La guerra más cruel (Galaxia Gutenberg, 2008) de Arkadi Bábchenko o Patologías (Sajalín, 2012) de Zajar Prilepin

2) La “desaparición del imperio”, la interpretación del colapso de la superpotencia soviética, la búsqueda de puntos de referencia después de su desmoronamiento y cierta nostalgia por el poder del pasado. En esta categoría figuran El cabello de Venus de Mijaíl Shishkin y El puente de piedra de Aleksandr Terejov.

3) “Los nuevos rusos”. Todo un abismo separa a un komsomol o un trabajador superproductivo de la Unión Soviética del oficinista que ha tomado su relevo.

4) “La búsqueda de la edad de oro”, es decir, de ese tiempo en el que la vieja Rus vivía bien, como en la serie de Erast Fandorin de Borís Akunin

5) “El apocalipsis actual”, el florecimiento del género de las antiutopías y las postapocalipsis. Ejemplos de ello son 2033 de Dmitri GlukhovskyEl vivo de Anna StarobinetsEl día del opríchnik, de Vladímir Sorokin o 2017 de Olga Slavnikova.

6) “Un microcosmos particular”: sobre la vida en la provincia rusa.

7) Por último, “la literatura de los sentimientos”. Este tema también había quedado apartado en la época soviética y la literatura rusa tenía que redescubrirlo. Un exponente es Manual epistolario de Mijaíl Shishkin.

En otras palabras, en el siglo XXI la literatura rusa se ocupa de asuntos importantes: reflexiona sobre su época, traza retratos de la nueva sociedad, cosquillea los nervios del lector y los somete a terapia mediante imágenes postapocalípticas. En definitiva, busca formas adecuadas a su tiempo y descubre numerosas voces nuevas.

Por otra parte, si la literatura de masas se siente a sus anchas, atrayendo a los lectores con novelitas ligeras, irónicas y divertidas, es que la actitud hacia la prosa intelectual está lejos de poder calificarse de color de rosa. Según el escritor Zajar Prilepin, la literatura rusa del siglo XXI está llena de 'presentimientos preapocalípticos'. Se distingue por su “vuelta al realismo social y crítico con la sensación, al mismo tiempo, de salida de la nación y la pulverización de cualquier criterio de moralidad y sentido común”, pero también por “la superación del joven proyecto 'antisoviético' en tanto que destructivo y que, en esencia, llegó a ser rusófobo”, considera el escritor.

Literatura y poder

En Rusia, antes de la Revolución, era habitual que la literatura no se limitara exclusivamente al mundo interior de sus protagonistas, sino que abordara ineludiblemente las cuestiones eternas –y, en primer lugar, cómo hacer la sociedad más humana, qué opción política sería la óptima para alcanzar este objetivo y cómo podría el país llevarlos a la práctica.

El poder, por su parte, escuchaba a los escritores y reaccionaba en consonancia con qué vientos soplaran en cada época: ahora introduciendo la censura, ahora eliminándola. En los tiempos actuales la relación entre literatura y poder es compleja y sencilla a un mismo tiempo: así, Prilepin, miembro del prohibido partido nacional-bolchevique y autor de una de las novelas con mayor resonancia y carácter revolucionario de la década de 2000, Sanka (inédita en español), está convencido de que los escritores y el poder “viven en esferas separadas”. Es decir, se puede escribir lo que a uno le plazca, pues el poder, de todos modos, hará oídos sordos. Por eso, si el escritor quiere hacer valer su postura, tiene que salir a la arena política.

“Habida cuenta que la literatura incide muy poco en la vida política, económica y social del país, una serie de escritores decidió participar en la vida pública (Borís Akunin, Liudmila Ulítskaia, Dmitri Bykov), pero enseguida todos ellos se desengañaron. Otros, como Eduard Limónov, Serguéi Shargúnov, continúan participando en la medida de sus posibilidades”, comenta Zajar Prilepin a Rusia Hoy.

“Cualquier literatura escrita ahora en ruso que toque temas sociales o políticos refleja una única postura, que es la de las masas: el odio al capitalismo y la actitud irónica hacia la democracia”, afirma el escritor, crítico literario y editor Vadim Levental.

Mijaíl Shishkin es uno de los autores contemporáneos más laureados. Inédito en español. Fuente: PhotoXPress.

Tendencias y etiquetas

En lo que llevamos de siglo en el campo de la literatura ha adquirido gran popularidad una serie de proyectos. Uno de los más conocidos es El universo del metro 2033, que se basa en la saga postapocalíptica de Dmitri Glukhovsky y ha conseguido traspasar las fronteras de Rusia: ya han escrito novelas para este proyecto autores de Reino Unido, Italia y Cuba.

De repente surgió también el concepto de “superventas ortodoxo”: con este término denominaron los críticos al excepcional éxito del libro de relatos sobre la vida del clero ruso, escrito por el archimandrita Tijón. La tirada completa de Santos no santos ha superado el millón de ejemplares y el mercado se vio inundado al instante de imitaciones.

En cuestión de géneros se han consolidado dos tendencias fundamentales: por un lado, el gusto por los libros de no ficción –biografías, historias basadas en hechos reales, novelas de investigación–; por otro, “la inclusión acertada de elementos fantásticos en narraciones realistas”, como señala la escritora y crítica literaria Alisa Ganíeva.

“Es patente la aspiración a fijar la vida circundante –esto es, la realidad– de la manera más fidedigna posible (la moda por la no-ficción) y, al mismo tiempo, a observar más allá del horizonte, a leer lo que les espera en el futuro al país y a la humanidad, a comprender el sistema político y social del país pero trasladándolo a un futuro próximo. Es decir, una forma particular de disfraz transparente de la prosa realista, que se muestra bajo la apariencia de ciencia-ficción”, cuenta Ganíeva. Cultivan con éxito este género semifantástico escritores como Dmitri Bykov y Olga Slavnikova.

 

“Este método otorga verdadera libertad creativa y de imaginación”, dice Slavnikova. “No se puede describir nuestra vida actual tal cual es. Para conseguir verosimilitud y capacidad de empatía se necesita, por extraño que parezca, un elemento de fantasía”. 

Escritores a los que hay que seguir de cerca 

Víktor Pelevin y Vladímir Sorokin

Los nombres con mayor repercusión en la literatura rusa de la década de 1990 fueron Víktor Pelevin y novelas como El meñique de Buda (Mondadori, 2005) o La vida de los insectos (Debate, 2001), entre otras, y Vladímir Sorokin con Hielo (Alfaguara, 2011), El día del opríchnik (Alfaguara, 2008), Kremlin de azúcar. Su gloria y prestigio siguen vigentes al entrar en el nuevo milenio.

Pelevin, reconocido como uno de los principales intelectuales rusos, publica cada año, salvo en contadas ocasiones, un nuevo libro, en los que sigue retratando la sociedad rusa y, mediante imágenes impresionantes, explica su devenir. Sorokin, sin ceñirse a límites estéticos, mira con atrevimiento el futuro de esta sociedad, dando voz a los problemas más peliagudos.

Mijaíl Shishkin

Quizá sea el escritor ruso más laureado, poseedor de los premios literarios más importantes. Por la riqueza de su lengua y la preservación de las mejores tradiciones de la literatura rusa muchos lo consideran un clásico vivo. No le da miedo acometer obras polifónicas complejas ni verter agudas opiniones políticas. Escribe despacio: publica una novela cada cinco años. Sus principales obras: El cabello de Venus y Manual epistolario. Inédito en español.

Liudmila Ulítskaia

Su carrera como escritora empezó a una edad muy madura: Ulítskaia publicó su primer libro cuando ya había cumplido cincuenta años. Sus obras son profundamente humanistas, en ellas plantea numerosos problemas éticos tanto personales como públicos o religiosos. No es de extrañar que ahora muchos vean en Ulítskaia no sólo una excelente prosista sino también a un referente moral. Entre sus obras cabe destacar Daniel Stein, intérprete (Alba, 2013), Sóniechka (Anagrama, 2007) , Medea y sus hijos.