El cosaco siempre fue un pueblo de tradición guerrera, de espléndidos jinetes y de diestros e intrépidos combatientes. A principios del siglo XX estaba integrado por cuatro millones de personas. Su lealtad al poder estaba garantizada mediante privilegios como la exención de impuestos o una educación y sanidad gratuitas. Sin embargo, la mayoría de los cosacos vivía en condiciones de suma pobreza. Su única fuente de ingresos era el cultivo o el arrendamiento de la tierra. 

Este pueblo, cuyo principal dirigente estaba encarnado en la figura del atamán (jefe militar), constituía uno de los principales pilares del gobierno. Durante la revolución de 1905, a menudo se encargaban de disolver las manifestaciones o de reprimir a los campesinos y a los trabajadores. Pero una parte de ellos se negó a atacar al pueblo para defender a los terratenientes. Oprimidos por la pobreza, en algunos pueblos los cosacos se atrevieron incluso a levantarse contra las autoridades… Y entonces estalló la Primera Guerra Mundial 

Una hazaña conseguida en vano

La noticia sobre el cosaco Kozmá Kriuchkov, quien junto a otros tres compañeros venció a un pelotón de la caballería alemana formado por 27 personas, se difundió por toda Europa. Kriuchkov fue la primera persona condecorada en la Primera Guerra Mundial con la Cruz de San Jorge al valor, con la que fueron galardonados en el transcurso de la guerra más de 120.000 cosacos.

Mientras tanto, los poblados cosacos (conocidos con el nombre de stanitsa), abandonados por los cabezas de familia, se sumieron en la decadencia. El gobierno perdió definitivamente el apoyo de los cosacos en la revolución de febrero de 1917, cuando un grupo de estos, enviado a disolver una protesta, no solo se negó a obedecer las órdenes, sino que además se pasó al bando de los sublevados. En octubre de 1917, el gobierno provisional de Kérenski fue derrocado por los bolcheviques, a cuyo bando se pasaron muchas de las unidades cosacas de San Petersburgo.

La revolución dividió a los cosacos. Los primeros decretos de los ‘rojos’ fueron bien acogidos por una multitud de cosacos empobrecidos: los bolcheviques anunciaron la salida de Rusia de la guerra, prometieron entregarles tierras y no interferir en sus asuntos siempre que no se levantaran contra el gobierno soviético. A pesar de ello, el principal foco de resistencia al poder soviético surgió precisamente en el corazón de la Rusia cosaca, a orillas del Don.

En 1918, el general Piotr Krasnov, de origen cosaco, encabezó la resistencia de las tropas del Don (el ejército cosaco independiente más temido), revocó los decretos de los bolcheviques, declaró la independencia del territorio ocupado por su ejército y se autoproclamó dictador. Entre 25.000 y 40.000 cosacos ‘rojos’ fueron fusilados y otros 30.000 fueron desterrados.

Krasnov envió entonces un telegrama al emperador alemán con una propuesta de cooperación a cambio del reconocimiento de su Estado, a lo que Berlín contestó enviándole trenes cargados de artillería. Pero tras la retirada alemana el ‘reinado’ de Krasnov se derrumbó y este tuvo que huir. Para 1920 ya se había acabado completamente con la resistencia cosaca.

Los bolcheviques iniciaron la supresión del pueblo cosaco, al que se tachó de enemigo del gobierno soviético. Muchos de ellos fueron fusilados y familias enteras trasladadas a otros territorios con el fin de ‘diluir’ su comunidad. En 1922, las tierras pertenecientes al ejército cosaco se adhirieron al territorio de la URSS, pero esto no supuso el fin del pueblo cosaco. 

El enemigo interno

A finales de los años 30, la URSS empezó a prepararse para la guerra. Se suprimió la prohibición de servir en el ejército rojo impuesta a los cosacos y se les permitió vestir su uniforme tradicional. Empobrecidos, los cosacos acudieron a la guerra armados con machetes y montados sobre unos demacrados caballos agrícolas, lo cual no mermaba su valor. Muchos de ellos saltaban sobre los tanques, tapaban la mirilla con sus abrigos y los quemaban con una mezcla incendiaria; algunas divisiones de caballería soviética recibieron la denominación de ‘cosacas’, aunque entre sus miembros los cosacos eran minoría; todavía hoy la palabra ‘cosaco’ infunde terror.

No obstante, este pueblo no solo luchó del lado de la URSS. La propaganda alemana les sedujo con la idea de la venganza por la guerra perdida y con la promesa de crear un Estado independiente cosaco: el Estado de ‘Cosaquia’. A las filas del ejército del Reich se sumaron los cosacos emigrados y la población cosaca de las regiones capturadas. El general Krasnov se unió a ellos. 

En mayo de 1945, Alemania capituló. Un cuerpo independiente de cosacos recibió la orden de atravesar los Alpes para entregarse a los ingleses en Austria. Churchill, Stalin y Roosevelt acordaron que los ciudadanos de la URSS apresados por los aliados tras pasarse al bando enemigo serían entregados a las tropas soviéticas.

 

Después de cruzar los Alpes al mando de Krasnov, los cosacos entregaron las armas y fueron trasladados a los campos de prisioneros de guerra situados en la región de Lienz. La ‘devolución’ se inició el 28 de mayo. Los soldados británicos atacaron a los cosacos durante la celebración de una misa multitudinaria y los metieron en camiones golpeándolos con brutalidad para trasladarlos al territorio ocupado por los soviéticos. El proceso duró dos semanas. Según distintas fuentes, fueron entregadas entre 40.000 y 60.000 personas. Más de mil insurrectos fueron asesinados.

Los dirigentes cosacos que habían luchado en el bando alemán —Krasnov, Shkuro, von Pannwitz y otros— fueron ahorcados en Moscú en 1947. A los prisioneros devueltos, incluidas las mujeres, se les envió a los campos de trabajo forzado soviéticos. En 1955, los supervivientes fueron indultados. Vivieron y trabajaron en la URSS ocultando su pasado con esmero.