Basta leer entre líneas, para notar como la oposición venezolana, sin desmovilizar a sus bases, busca desde ya razones para justificar su previsible derrota electoral. Todo su sistema mediático, desde las cámaras de Globovisión hasta los analistas del periódico español El País, reiteran la supuesta desventaja que han sufrido durante todo el proceso; según ellos, si Nicolás Maduro gana no será por sus méritos como candidato o por la legitimidad popular de la Revolución Bolivariana, sino por intimidar al electorado y utilizar los recursos del Estado con fines políticos propios.
Ese “complejo de víctima” es poco creíble para un público inteligente, como si al candidato Henrique Capriles Radonski le faltara el dinero en un país donde aún la derecha tiene un tremendo peso económico y está dispuesta a invertir lo necesario para derrocar al gobierno socialista. Es un argumento reiterado para esconder la incapacidad de tomar la delantera y la insuficiente efectividad de sus propuestas, pero sobre todo, para obviar las profundas raíces del proyecto bolivariano en la sociedad venezolana. Las evidencias están allí… todos hemos visto las concentraciones y marchas opositoras, en las cuales salta a la vista una maquinaria con suficientes recursos.
El lloriqueo opositor no es lo más característico de esta corta campaña que culminará el domingo 14 de abril, ni tampoco lo más peligroso ni lo único reiterativo. Son tan incapaces de ganar la presidencia como de cambiar las bases de su estrategia; otra vez hacen diana con el Consejo Nacional Electoral, apuntan a un supuesto fraude y se niegan a reconocer el resultado final. ¿Creíble esta acusación? ¿Fraudulento el CNE? Capriles y su entorno olvidan que se trata de la entidad que le dio la gobernación de Miranda en dos ocasiones, la última de ellas con un estrechísimo margen, es la institución que sentó en 2010 a varios diputados opositores en el Parlamento, es la misma que ha hecho de los comicios venezolanos los más fiables del mundo.
Regresan a la práctica política las conspiraciones, los saboteos y los planes desestabilizadores. El gobierno habló con pruebas, ahí están las grabaciones telefónicas y los paramilitares con sus nombres y apellidos. Se trataba de un plan con dos etapas, primero, atentar contra determinados enclaves económicos y responsabilizar al Ejecutivo de los hechos aludiendo a su “poca eficiencia”, y de esa forma, servir de base a los constantes ataques de Capriles; segundo, abocar al país a un estado de ingobernabilidad cuando el CNE anunciara la victoria del aspirante bolivariano.
Pero no todo ha sido la historia del “otra vez”. Hay elementos nuevos; la muerte física del Comandante Hugo Chávez estremeció a las bases revolucionarias, su funeral fue una demostración al mundo y a la propia oposición nacional del arraigo popular del líder. Chávez se convirtió en un símbolo muy difícil de enfrentar para la derecha, agredirlo era un suicidio político, sin embargo, había que luchar contra él. ¿Cuál fue el método? Arremeter contra sus herederos, principalmente contra su sucesor. Así comenzó el proceso para estigmatizar a Nicolás Maduro como un político menor, inexperto e incapaz de asumir el legado histórico que la había caído en las manos.
Es una mentira creíble solo para quien quisiera creerla. Hemos visto en Maduro un candidato de altura, auténtico, capaz de darle a la campaña la emoción necesaria en estos momentos. Maduro no es Chávez, él lo ha dicho y todos los sabemos, pero tiene condiciones suficientes para edificar un liderazgo propio sobre la base de su predecesor. Si repasamos el discurso del candidato socialista hacia la oposición, encontraremos ideas muy inteligentes y oportunas, y eso dice mucho del presidente que puede ser.
Faltan horas para conocer el nombre del próximo mandatario de Venezuela y el escenario más probable es la victoria del chavismo. ¿Qué retos se abren para ambos bandos si las expectativas se cumplen? Para la Revolución Bolivariana los desafíos son avanzar por el camino correcto sin la presencia física de su líder, perfeccionar el proceso, ser más eficientes y mantener la unidad; si el chavismo logra convertirse en un puño cerrado tendrá la fuerza necesaria para superar cualquier obstáculo.
En el caso de la oposición sería una derrota más, pero los principales costos se los llevaría el propio Henrique Capriles, su capital político se desvanecería y para la próxima pelea quizás ya no sea el candidato, algunos de los políticos que hoy lo secundan, con ambiciones muy bien conocidas, esperan su turno para probar suerte.