Domingo, 8 de junio del 2014
Alberto Garzón, móvil en mano, en Barcelona, el pasado jueves.
La dialéctica de la Historia tiene jugadas extrañas. Cuando su libro La Tercera República estaba ya en la imprenta falleció su madre de un cáncer. Y su salida al mercado ha coincidido con la abdicación del Rey. Alberto Garzón, el diputado más joven del Congreso, ha encajado este remolino emocional con la continencia de Bobby Fischer.
-Aficionado como es al ajedrez, ¿qué ve usted en el tablero político?
-Un enroque. El bipartidismo en declive intenta dejar al Rey muy protegido frente a una sociedad que reclama una nueva política de participación y deliberación, ambas incompatibles con la monarquía.
-Este enroque se lo pone difícil al oponente.
-Hay que atacar las defensas. Y esas defensas se llaman PP y PSOE, que, junto a la monarquía, son el soporte político que necesitan las reformas económicas de la troika. Y el eslabón débil es el PSOE, inmerso en un proceso de descomposición interna, en gran parte por sus propias contradicciones.
-Me refiero a que el 90% del Congreso apoyará la sucesión. Adiós a su Tercera República.
-Nosotros vamos a proponer un texto alternativo, que implica la abdicación, sin prisas, para consultar de forma no vinculante a la ciudadanía. Como eso no saldrá, asumamos que Felipe VI está en el trono. Pero va a tener que maniobrar en pleno conflicto social, político y territorial. Las fuerzas que hay debajo del sistema generarán terremotos. Felipe VI va a tener dificultades y yo voy a contribuir a que las tenga.
-Su propuesta republicana va más allá de asuntos de corona, ¿no?
-Para los miles de manifestantes del otro día en Madrid -en su gran mayoría jóvenes- el republicanismo no solo se cifra en poder elegir al jefe de Estado. Es el símbolo del despertar de una nueva forma de hacer política que reclama el derecho a decidir. La sucesión explica, una vez más, que el Congreso no es un reflejo de la sociedad. Eso, por mucho que coronen a Felipe, no cambia.
-Habla del Congreso como si le fuera ajeno. Usted está en el entramado.
-Sé donde estoy: con la mayoría de la población. Cuando se rodeó el Congreso, yo estaba fuera y recibí de la policía cuando intentaba echarnos. Pero tengo claro que la participación institucional es un altavoz. Además, en un contexto de mayoría absoluta del PP no tenemos capacidad de hacer nada, pero sí podemos dar ejemplo. Lo primero que hice al llegar al Congreso fue renunciar al plan de pensiones privado. Eso generó un debate y, por la presión, se quitó la pensión a todos los diputados.
-¿Sabría indicar una gran diferencia entre usted y Pablo Iglesias?
-Pablo es un buen amigo, y respondemos a la misma generación y a un proyecto político común. La diferencia es que él pertenece a una formación nueva, sin herencias. Y yo soy parte del PCE y de IU, con la herencia positiva de la lucha antifranquista y la confrontación con la troika; y con la negativa de haber apoyado a la monarquía en un contexto determinado, haber tenido gente en Bankia, y gente acusada de prevaricación y corrupción. De modo que en el imaginario español, IU es parte del sistema. Hace falta mucha pedagogía política.
-Bueno, la tele se le da de perlas.
-Estábamos acostumbrados a la vieja política en la que no había fondo ideológico y el discurso estaba hecho de vapor. Ahora es la hora de hablar sincero otra vez. De hablar de política. Eso se puede hacer de una forma muy densa o adaptándote a los formatos de la sociedad líquida. Pablo lo ha hecho, y yo también.
-Curiosidad. ¿Por qué les cuesta tanto sonreír, a él y también a usted?-[Sonríe] A Pablo le he visto reír, pero es verdad que no somos gente muy risueña. Procuramos no frivolizar porque entendemos la política de una manera más seria de la que a veces se trasluce en los discursos oficialistas. También hay condiciones materiales previas. Antes de ser diputado, yo tenía un contrato temporal en la Universidad Pablo de Olavide, dependía de otro, vivía solo en Sevilla.
-¿Es consciente de que Iglesias les adelantará por la izquierda?
-Yo me lo tomo bien, porque considero que el objetivo político es transformar la sociedad. También es verdad que Podemos subirá pero necesitará estructura. Presentarse en 8.000 municipios a un rango de 10 por municipio son 80.000 personas.
-¿Les van a necesitar?-Quizá uno más uno sean 10. Podemos hacer experiencias políticas de multiplicación. Eso requiere inteligencia y audacia, y también radicalizar la democracia interna de IU.
-¿Socialismo o muerte?
-Soy muy reacio a los eslóganes, siglas y banderas. Diría que vivimos en un contexto histórico en el que hay un enorme riesgo de apatía política que puede llevar a la antipolítica. Es el momento de repolitizar a la gente. No en la vieja política de pactos entre la élite, de clientelismo y del «y tú más». Lo que el 15-M hizo no fue adanismo, sino reconocer reivindicaciones históricas del movimiento republicano que pedían participar y debatir colectivamente.
-Debatir no detiene el desmantelamiento social.
-La desconexión del Congreso y la calle ha generado una desconexión entre la legalidad y la legitimidad. Por ejemplo, paras un desahucio y cometes un acto ilegal, pero es un acto legítimo porque no es justo que echen a la gente de sus casas cuando hay tres millones de viviendas vacías. Si se destruye la legitimidad y la legalidad marcadas por el PP y el PSOE, se abre la puerta para el proceso de desamortización social.
-«Lo que no está en la Constitución no existe», recuerde.-Ellos no tienen miedo a cambiar la Constitución -cuando quieren la cambian-, tienen miedo a una profunda reforma porque saben que si hacen una Cortes constituyentes se van a encontrar con unos resultados que no se esperan. Nadie esperaba el resultado de las europeas, que ya se ha cobrado dos cabezas, Rubalcaba y Juan Carlos. Este Estado ha cambiado de forma radical en una semana y media. En política no hay nada escrito. Y la realidad es que las perspectivas más optimistas del Gobierno plantean que en el 2017 aún habrá una tasa de paro del 20%. Yo mismo tengo 28 años y no veo condiciones objetivas para ser padre. La realidad lo erosiona todo.
-Frente al antiguo «paz, tierra y pan», ¿cuál sería hoy la reclamación?
-«Empleo, pan y rosas». No nos vale solo con comer y trabajar, reclamamos tener sanidad, educación y pensiones, conquistas que consiguieron nuestros padres y que deben mantenerse. Pero eso es una enmienda a la totalidad, porque el sistema ya no puede ofrecer eso. Nuestro capitalismo está agotado. Hay que cambiar el sistema. El proyecto económico que proponemos implica costes, pero no para la mayoría de la población, sino para las grandes fortunas y las grandes empresas.
-¿Estamos ante una primavera del comunismo?
-Creo que sí. Es una mirada al comunismo teórico que entendió que hace falta una sociedad sin clases porque el sistema económico capitalista devora al ser humano y al planeta. Pero hay que refundarlo. Muchas experiencias comunistas no fueron democráticas, sino confusiones de lo que es una organización autoritaria como es el partido con el Estado, olvidándose de la herencia de la Ilustración, que es la herencia republicana que garantiza la libertad civil y de expresión y no solo la libertad de tener casa y comida.
-Pero el marco global es liberal.
-El proyecto de civilización neoliberal que lo piensa todo en términos de individualismo, egoísmo y de consumismo está abocado al fracaso por cuestiones medioambientales y sociales. El cambio será lento, porque han sido más de 30 años de interiorizar el discurso neoliberal de que la mejor forma de desarrollarte es comprando. No hemos estado alerta para activar mecanismos de defensa.
-En su tercera república ¿cabrían las aspiraciones soberanistas?
-Si un sujeto político como Catalunya vota que quiere independizarse, el pueblo habrá hablado. Yo prefiero una república federal donde se respeten y promuevan las identidades nacionales, porque creo que no hay soberanía si no hay una economía al servicio de las personas. La bandera de la justicia y la libertad se ondea en todas las lenguas.
-Oiga, ¿se imaginaba hace cinco años que estaría en este escenario?
-En absoluto. Hace cinco años estudiaba un posgrado en Economía Internacional y Desarrollo que no tenía otra salida que apuntarte en una oenegé, vivía en un piso compartido en Leganés y estaba echando ya la beca para seguir estudiando en Londres. Así siguen la mayoría de mis amigos.
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