Pero en febrero del 2016 empezó el verdadero descenso a los infiernos del ahora exvicepresidente, cuando una investigación del periódico El Observador reveló que no tenía el título de licenciado en Genética Humana que ostentaba en su currículum. Esos estudios, supuestamente cursados en Cuba, ni tan siquiera existían. Atacado personalmente, Sendic tuvo que salir a dar la cara y los uruguayos descubrieron a un hombre de voz taimada, de actitud tímida y extremadamente torpe. Acorralado, aseguró varias veces que aportaría pruebas documentales sobre sus estudios, para retroceder después y luego avanzar, contradecirse, y al final, no presentar ningún título. Para la opinión pública, fue mucho peor que el déficit de ANCAP: las redes sociales se llenaron de bromas y el vicepresidente fue víctima del escarnio público durante meses.
La oposición convirtió a Sendic en el punto débil del Frente Amplio, que lleva tres periodos consecutivos en el poder, y no dejó de hostigarlo. El cálculo no fue errado porque los sucesivos escándalos han contribuido a erosionar la popularidad del actual gobierno, que tiene cifras de aprobación históricamente bajas.
Vázquez defendió durante varios años a su segundo y lo dejó a su lado, quizá cómodo con un representante del ala izquierda del Frente Amplio (Vázquez es un socialdemócrata de corte conservador) que había perdido todo peso político. Ahora, tendrá que lidiar con la compleja problemática de la sucesión del vicepresidente, quien, según la Constitución, es también el presidente del Senado y de la Asamblea General. Legalmente, la vicepresidencia podría recaer en Lucía Topolansky, mujer del expresidente José Mujica, por ser la senadora más votada en las elecciones del 2014. Topolanski, considerada como una dirigente del ala dura de la izquierda uruguaya, podría complicar la ecuación de Tabaré Vázquez y agudizar las tensiones dentro de la coalición gobernante.