ESMERALDA, Camagüey.— El niño de diez años, muy asustado, se acercó al anciano. Su inocencia no le permitía saber la magnitud del momento que vivía su tierra, pero Dayron Daniel le dijo a su abuelo, Orfilio Álvarez: «esto está feo».
«¿Qué sé yo lo que era eso?», se cuestionó la vecina Beatriz González, «pues el sonido de Irma era como el de un tren pitando en mis oídos».
En la calle A, No. 2A, vive el matrimonio de Yamila y Juan Carlos. Juntos esperaron el paso del evento meteorológico en casa de Soraya Molina, donde se compartió hasta el piso para «echar un repelón». No les fue mal mientras la «dama» arremetía con todas sus fuerzas contra Esmeralda, pero el domingo, al llegar a su morada, otra sería su historia.
«La casa está en el piso, o lo que quedó de ella, y menos mal que saqué los equipos electrodomésticos», dijo Yamila, mientras su esposo, sus sobrinos y amigos le armaban un cuartico con la madera que había quedado.
Mientras más se camina por este poblado humilde y sencillo, rojizo por su tierra, y de una alameda bella —ahora «invisible» por los árboles que arrancó Irma—, uno se percata de la voluntad sin precedentes de sus moradores para devolverle su esplendor, aunque algunos de sus habitantes sigan muy impactados por aquella trágica noche.
Un ejemplo fehaciente de este escenario impetuoso, es el del joven Daniel Guevara, de 33 años y trabajador del Centro Telefónico de la localidad, a quien el huracán le arrebató su vivienda; pero desde entonces, este técnico en Telemática continúa firme en su frente de trabajo.
«Estoy durante el día en el centro haciendo de todo y en la tarde noche voy enderezando la casa con lo que me ha quedado», cuenta.
Este es un pueblo desprendido, solidario, que añora a su Esmeralda reluciente, tal cual el significado de su nombre: piedra preciosa, gema brillante.
Este diario palpó esfuerzos gigantescos en la limpia y recogida de escombros, en el restablecimiento paulatino de las redes del alumbrado público y telefónico —severamente dañados y de las que aún hay gran parte en el piso—, y hasta comprobamos la utilidad de iniciativas, como crear, pese a la lluvia, 13 centros de elaboración de alimentos para las familias que quedaron «como vinieron al mundo», sin nada.
Aquí se mantiene activa la comunicación a través de la zona wifi, de osados radioaficionados y de algunos teléfonos fijos y móviles que resistieron los embates de Irma.
Y como si fuera poco, en esta tierra de hermosas palmeras, un grupo de jóvenes artistas del proyecto Golpe a Golpe le «arrebata» el sueño a los pobladores de la ciudad, solo que desde la magia que siembra la cultura, aquella que engrandece más cuando se está al lado de su gente.
El pasado domingo, diez de septiembre, este diario publicó el doloroso testimonio de una mujer esmeraldeña, quien a través de su teléfono afirmó: «Desde las cuatro de la tarde los soplidos de ese ciclón estaban sobre nosotros. Esta es una noche de terror. Se parece a los coletazos de una bestia. No quiero ni imaginar lo que veremos al amanecer…».
Ahora, poco después de aquella afirmación, otro es el alba en esta tierra de cañas muy dulces. Prefiero abrazar la idea de Miguel Amador, uno de esos hombres que andan sudorosos, haciendo de todo, a pesar de tener su casa encorvada, que pide ayuda a gritos, pero sin dejar de albergar a sus dueños.
«Poco a poco todo llega. Hay que tener paciencia, porque somos muchos los afectados. Ahora me llevo estos huevos que venden en la bodega, el pan y otros alimentos para comer en familia y mañana seguir echando “pa´ lante” a mi Esmeralda», dijo Miguel Amador mientras iba en una «arañita» rumbo a su casa.