MATANZAS.— Los pescadores saben que tras un huracán en la bahía de Matanzas se refugian millones de peces de distintas especies. Pero casi siempre, cuando se permite salir en las embarcaciones, falla la electricidad y es cuando los precios de la libra de pescado bajan, porque esos volúmenes se echan a perder rápidamente y «hay que darles camino, como sea».
Lo de la pesca no tiene nombre por estos días, pues ese es un oficio y hobby que involucra a muchas personas, dada la cercanía al mar y la presencia de varios ríos. Por un pescador submarino supimos de las especies que en grandes manchas más se veían en la bahía, donde buscaron seguro refugio pargos, rabirrubias, coronados, jiguaguas, cuberetas, biajaibas y otros tipos de peces pequeños como roncos y jiniguanos, cajíes, algunas pintadillas y picúas.
Cuando se dio el permiso para que las pequeñas embarcaciones privadas salieran a pescar, una verdadera fiesta aconteció en las riberas de los ríos Yumurí y San Juan. Estas comenzaron a iluminar toda la bahía con sus luces de bombillos led, mientras algunos pescadores buscaban carnadas a través de sus atarrayas y otros con sus chambeles de dos anzuelos subían los peces y los colocaban en cajas plásticas o en el piso.
Un desfile de lanchas y botes de remos invadió literalmente la rada matancera. Decenas de embarcaciones se apuraban para buscar la mejor posición en los pesqueros como El veril, La palmita, La araña o El palo, donde generalmente se agrupan las grandes manchas de pargos. Y en efecto, en esos pesqueros y en todas partes de la bahía se desataron capturas inusitadas, en comparación con otros temporales.
Muchas embarcaciones regresaban repletas antes del amanecer, aprovechando la frialdad de la madrugada, porque el calor del sol corrompe las piezas con facilidad.
En general, las manchas del primer día eran de peces más pequeños, pero en la madrugada de martes para miércoles muchos pargos alcanzaban mayor peso, de hasta ocho y diez libras.
La costa cercana a la ciudad, tanto hacia la provincia de Mayabeque como hacia Varadero, se pobló de pescadores, que hasta en pleno día capturaban pargos. Lo mismo empleaban un pedacito de tela envuelto en el anzuelo que pequeños trozos de perro caliente. Tal era la voracidad de esos peces que sabe Dios de dónde vienen y cuántos kilómetros nadaron para resguardarse en la bahía. En las casimbas llenas de agua los peces se mantenían vivos.
Ya este miércoles aparecieron las primeras piedras de hielo, con las cuales se conservan las capturas en las neveras, además de que se ha restablecido el servicio eléctrico en algunas zonas, lo que permite guardar los pescados. De una manera proporcional, mientras más hielo haya mayor precio adquiere la libra, porque no hay tanto apuro salvo que continúe por muchos días la intensa captura.
La libra de pescado ha oscilado; algunos la han vendido hasta en ocho pesos. Esta es la oportunidad en que los pescadores cumplen con sus compromisos con la familia y amigos, al poderles regalar algún mazo. Bicicletas con pescados en el timón o personas que los llevan en jabas o sostenidos por un alambre, son escenas cotidianas en las calles matanceras.
La alegría de los pescadores parece que continuará por estos días. El chiste del «pollo por pescado» aquí tendrá que esperar por unos días; en todo caso, «pescado por pollo» o por cualquier vianda. Ahora es común, después de Irma, cuando caminamos por las calles, sentir el olor a pescado frito, como mismo sucede con el olor a cerdo asado los fines de año. Como dice el refrán: A río revuelto…
Esta es una escena común en los alrededores de la bahía matancera. Foto: Hugo García
La libra de pescado en Matanzas ha bajado de precio después de Irma. Foto: Hugo García
Las embarcaciones están listas para la salida. Foto: Hugo García