
–Oye, para ahí, que se perdió una cosa importante. — Bajamos de la Canberra de los años cincuenta y nos pusimos a buscar. La dirección en pleno se confabuló y, en voz de Gavilán, nos jugaron aquella trastada a la entrada de la ciudad de Camagüey. — Estos están jodiendo. — Dijo Felipe y Chago León le dio la razón. Miré para el Gallego, quien serio como un turco en el Vedado, con las manos en la espalda revisaba al costado de la guagua. Pando sobrio, como siempre, era quien más delataba la situación. Martínez 3 Veces*, también buscaba. El Prieto iba y venía con los ojos clavados en el suelo. Gavilán, con la gorra en la mano, dándole golpecitos, no miraba para nadie, hasta que apareció el “guanajo”, que siempre lo hay, y preguntó: — ¿Caballero, pero qué se perdió? — A coro recibió la respuesta de los dirigentes: — ¡El bastón!
Nos echamos a reír, Esquivel también. Gavilán vino hacia él y le dijo un par de barbaridades, con estricto sentido del humor. Montamos en la Canberra y continuamos de vuelta a la capital, donde enfrentaríamos a los Industriales. Por aquellos días estaba de moda una canción relacionada con la pérdida de un bastón, compuesta por Osvaldo Rodríguez, el ciego cantante, que con aquella melodía andaba a la cabeza del hit parade en las estaciones de radio y televisión.
Raymundo Gavilán, quien solo a algunos respondía por Gavi, nació en 1922, en Pilotos, Consolación del Sur, y falleció a inicios del siglo XXI, en un hospital de La Habana. Lo recuerdo sin medias tintas ni ambages. Crecí con sus proezas, oídas de muchas voces. No lo vi jugar, pues se destacó cuando yo no existía. De todas formas, quiero rescatar del posible olvido a una figura emblemática, un estelarísimo en las décadas del treinta y el cuarenta del siglo XX, en la pelota popular, la semiprofesional y también en la rentada.
Lo traté bastante en la XI Serie. No era dado a conversaciones ni repartía consejos, había que buscarlos, no se metía donde no lo llamaban, dueño de una cordialidad matizada por el respeto, la seriedad y aquella forma sobria de vestir que llamaba la atención. Con su historia y el fuerte carácter, me le acercaba en jugadas complejas para oír su opinión. Supo ser un jodedor cubano con riendas.
Fue el jugador más destacado en 1944. No en la Liga Profesional Cubana, donde actuó efímeramente como lanzador, sino en otras durísimas. Por aquella época se desarrollaba un torneo semiprofesional entre la Casa Orbay y Cerrato, La Única, La Predilecta, Ambrosía y otros fortísimos teams. Con la Dulcería La Marina, Gavilán fue la gran estrella, por encima, incluso, del líder de los bateadores, Orestes Miñoso. Él lideró los pitchers, en jonrones, carreras impulsadas, bases robadas y segundo en ofensiva (.453), solo superado por Miñoso (.484), quien vestía el uniforme de La Ambrosía, y tuvo 70 veces menos al bate que Gavilán.
En una ocasión llegó un fuerte equipo profesional habanero, al antiguo y ya inexistente estadio Atenas Park, sito en la Calle Sol y Recreo, en Pinar del Río. Por ellos estaba Gilberto Torres, una emblemática figura de nuestro pasatiempo nacional. Pero el héroe fue Gavilán, quien decidió el desafío con un enorme jonrón. Lo mismo lanzaba un gran partido, que decidía el pleito como slugger. Es de los más versátiles de cualquier época, con un brazo privilegiado.
Como profesional, en Cuba solo vistió la franela de los Leones del Habana. Un scout lo había visto conectar aquellos batazos descomunales y lo captó, pero el tozudo Gavilán llegó con dos mujeres al entrenamiento y se quiso eliminar como lanzador. Después se fue a jugar por otras tierras. México, Nicaragua, Venezuela y República Dominicana. En esta última nación implantó un antológico récord de dobletes. Sin embargo, no se fue a las Ligas Negras norteamericanas. Conociéndolo bien, pienso que allí hubiera durado poco tiempo, porque no resistiría la segregación racial. Con él había que andar con pie de plomo. De nobles sentimientos, trocaba en un santiamén los momentos de jolgorio en una camorra. No los medía ni pesaba, había que respetarlo, él no se metía con nadie.
Me contó Lacho Rivero, que Gavi había sido un asesino con las rectas, no con la curva hacia abajo. Los bateadores tienen su debilidad, de no ser así alcanzarían averages de .900 y 1,000. Ya veterano, lucía ridículo con esos lanzamientos. A inicios de los cincuenta, en el Mariel, lanzaba Lacho para su Central Mercedita, cuando se enfrentó a Gavilán y le dio tres ponches en una tarde aciaga para el recio toletero, quien con su brutalidad quiso darle un tiro al pitcher; lo consideró una ofensa. Por entonces estaba en el ocaso de su carrera y Lacho en sus mejores momentos. Para no dar su brazo a torcer, Gavi, un hombre que nunca ingirió bebidas alcohólicas, dijo que esa tarde estaba borracho. Llevaba su revólver de Guarda Jurado.
De envidiable somatotipo y probada calidad para jugar en Grandes Ligas, cualquier manager lo hubiera contratado, pero la discriminación racial no lo permitió hasta 1947, con el sonado caso de Jackie Robinson. Gavilán tuvo que recorrer otros territorios. Su impronta dentro y fuera del terreno no pasa sin penas ni glorias. Los jugadores de cuadro y los jardineros no queríamos que nos fongueara en las prácticas, porque sus roletazos llegaban a una velocidad no frecuente y ponía la bola más allá de la cerca. Con cinco décadas en las costillas, tenía la fuerza de un toro.
Para cerrar esta semblanza, recurriré a Roberto Guajiro Llende, una figura destacada del béisbol vueltabajero de los años cincuenta:
“Estoy en la pelota desde los años cuarenta y puedo afirmar que jamás he vuelto a ver un jugador con las condiciones de Gavilán. Alto, fuerte, con un poder extraordinario, buen fildeador, de brazo legendario, conectaba los batazos más despiadados de todos. Reconozco la calidad de Linares, Casanova y tantos otros, a ellos los admiro mucho, pero ninguno me ha impresionado tanto como Gavilán. Así lo recordaré siempre. También fue un buen pitcher, pero siempre lo preferí al bate…”
Leyenda: *Alfredo Martínez: Artemiseño, miembro de la dirección del equipo, ya fallecido.