Foto: granma.cu
Por JORGE WEJEBE COBO
El dos de diciembre de 1956, en las primeras horas del día, el yate Granma quedaba embarrancado en los mangles de un paraje denominado Las Coloradas, en la costa sur de la antigua provincia de Oriente, mientras sus 82 tripulantes encabezados por Fidel Castro Ruz, se aprestaban a ganar tierra firme entre el fango y una intrincada red de raíces de los árboles.
Parecía un milagro que aquella embarcación de recreo, con una carga que triplicaba sus capacidades, hubiera podido partir en la medianoche del 25 de noviembre desde el Puerto de Tuxpan, en México, y llevar a los expedicionarios a su destino, a más de mil kilómetros entre aguas embravecidas del Golfo de México y el Mar Caribe.
Un año antes Fidel arribó a suelo azteca después de salir de la cárcel gracias a una amnistía aprobada en mayo de 1955, como resultado de la presión popular para que fueran liberados los sobrevivientes del asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, el 26 de julio de 1953.
Desde los primeros días dedicó su tiempo a organizar el contingente para regresar a Cuba y continuar la lucha armada, con la seguridad expresada en una ocasión, cuando afirmó:”…en el año 1956 seremos libres o seremos mártires”.
Los futuros expedicionarios participaron en rigurosos planes de preparación militar, dirigidos por el general español republicano Alberto Bayo, residente en tierra mexicana.
Para descabezar el intento de reiniciar las acciones en la Isla, los servicios de inteligencia de Fulgencio Batista, desde la embajada cubana en México, organizaron un plan para asesinar al líder revolucionario, pero fue frustrado por las medidas de seguridad que habían puesto en práctica.
No obstante, la policía azteca instigada por el gobierno de Batista lo detuvo junto a otros combatientes y les ocuparon parte de las armas, lo cual puso en peligro los planes.
Al salir de la prisión mexicana en los meses finales de 1956, Fidel y sus compañeros tenían claro que el tiempo estaba en su contra y había que actuar rápidamente. Después de ver fracasar los intentos de adquirir una antigua lancha torpedera estadounidense, finalmente obtuvieron el yate Granma, propiedad de un ciudadano norteamericano residente en tierra azteca.
Bajo fuertes medidas de vigilancia sobre Fidel y sus compañeros por la policía local instigada por los servicios represivos de la dictadura, los expedicionarios se trasladaron a una casa de seguridad en el Puerto de Tuxpan, y bajo mal tiempo partieron en el “Granma” hacia la Isla a cumplir con el compromiso anunciado por el Comandante en Jefe de iniciar la lucha antes que acabara ese año.
El máximo líder había coordinado la llegada de los expedicionarios con el levantamiento del 30 de noviembre en Santiago de Cuba, dirigido por Frank País, jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de julio, pero debido al atraso del itinerario de la nave por el mal tiempo y el exceso de peso de la embarcación, no se logró la similitud de las acciones y la dictadura pudo concentrar sus fuerzas contra los expedicionarios, después de reprimir la insurrección en la ciudad oriental.
Tras el azaroso desembarco los combatientes trataron de iniciar la marcha hacia la profundidad de la Sierra Maestra y el cinco de diciembre, mientras descansaban en Alegría de Pío, cercano a un ralo monte en una colonia cañera de la entonces compañía New Niquero, fueron emboscados por el ejército debido a una delación de un práctico que los había conducido por la zona.
Sobre los exhaustos expedicionarios cayó un diluvio de plomo que provocó la dispersión en pequeños grupos, casi todos en malas condiciones físicas, muchos de los cuales en los días sucesivos fueron capturados y asesinados a sangre fría.
Pero en esos momentos que parecía el final, el Movimiento Revolucionario 26 de Julio en la región dirigido por Frank País García y Celia Sánchez Manduley y por los campesinos Crescencio Pérez y Guillermo García lograron rescatar, dar refugio seguro y apoyar a los sobrevivientes.
Esos que, dirigidos por Fidel, y entre los que se encontraban Raúl Castro y Juan Almeida junto a Ernesto Che Guevara, Camilo Cienfuegos, Ramiro Valdés y otros valientes, conformaron el núcleo del Ejército Rebelde.
El 18 de diciembre se reunieron en Cinco Palmas, en la Sierra Maestra, ocasión en que con ocho hombres y siete armas el Comandante en Jefe pronunció las proféticas palabras: “¡Ahora sí ganamos la guerra!” Solo habían transcurrido 16 días del desembarco del Granma y comenzaba la cuenta regresiva de la dictadura. (ACN).