A pesar de mover cifras de dinero vertiginosas, en su concepción pocas disciplinas hay tan igualitarias como el fútbol. Un balón, tres postes (o en su defecto dos piedras) y una pequeña explanada son suficientes. Al alcance incluso de los niños que revolotean descalzos por los campos de arroz de los humildes pueblos del delta del Nilo. Como Nagrig, donde hace 25 años nació el egipcio Mohamed Salah, el delantero del Liverpool.
Esta ha sido una temporada bendita para el ariete que el próximo sábado reta al Madrid en la final de la Champions. El chico ya apuntó maneras en la Roma, pero cuando el pasado verano llegó a Anfield nada hacía presagiar que batiría el récord de dianas en una temporada de de la Premier con 32, sería nombrado el mejor jugador del torneo y llevaría a los red devils a la final de la Copa de Europa. Y pese a todo ello, ningún gol le ha hecho más feliz que el que clasificó a Egipto para un Mundial 28 años después, marcado en el último minuto del partido decisivo contra Congo.