¿A QUIEN DEBEMOS PERDONAR?
En el fondo de toda herida interior hay un sufrimiento que nos hace culpar a alguno de ese mal. Pueden ser los propios padres, hermanos, personas allegadas; puede ser igualmente que a quien culpamos sea el mismo Dios; Y muchas veces nos culpamos a nosotros mismo.
Perdonar al próximo. En nuestra relación unos con otros, cada día nos herimos y nos dañamos. Y cada día nos debemos perdonar unos a otros para que no se vayan acumulando en nuestro interior bloqueos y ataduras. Perdonar no significa dejar de ser hombres y perder la propia psicología, o convertirse en un ángel. No hay que entender el perdonar como una anulación del pasado y de la propia sensibilidad. A una madre a quien le han matado a su hijo no se le puede pedir que tenga cariño por el asesino, si bien es una meta a la que se llega después de un largo camino.
El perdón es un acto de la voluntad y no del sentimiento. Por eso el primer paso que hay que dar es "querer" perdonar. Hay que rechazar todo sentimiento de odio, de venganza, de rencor, de desear el mal a quien nos ha herido, que pague, que no pase inadvertido lo que nos hizo. Mientras quede un mínimo y velado deseo de venganza, será como un veneno que nos carcome lentamente, nos quita la alegría de vivir, nos deja sin fuerzas para luchar, no permite que maduremos, que demos amor, etc.
Debemos pedir a Dios la gracia de salir de esa cárcel asfixiante, pedir la gracia de "querer" perdonar.
Muchas veces el perdón es superficial, solo aparente, no brota del corazón. Ese perdón no libera, Sabremos que no hemos perdonado de verdad si deseamos que la persona que nos hizo daño le vaya mal, trato de criticarlo, no soporto que hablen bien de él, no quiero recordarlo, me molesta mucho si lo veo pasar o lo encuentro en una reunión.
El verdadero perdón cristiano es incondicional; es liberar al otro de tener que sufrir por lo que me hizo. El perdón auténtico incluye la decisión de amar al otro tal cual es. (Extracto del libro "Sanar un amor herido" de V. M. Fernández).
Perdonarse a sí mismos. Muchos cristianos pueden perdonar fácilmente a otros, pero no a sí mismos. Tal vez éste sea uno de los aspectos más difíciles para algunos. Aunque comprenden que Jesús les ha perdonado, no son capaces de perdonarse a sí mismos por sus pecados y ofensas; por errores cometidos, por haber sido infieles a los propios ideales, por haber defraudado a otros, por haber fracasado en algo, por no ser perfectos, etc. La situación se agrava, si en nuestra infancia o adolescencia se burlaron de nosotros y ahora queremos demostrarnos que somos superiores.
Para recuperar el equilibrio interior es necesario perdonarse a sí mismo. Para ello hay que reconocer que no somos perfectos, que cometeremos errores, que somos limitados, que tenemos luz y tinieblas, que no somos ángeles, etc. Pero también hay que reconocer que somos una criatura creada por Dios y que Él nos ama, que nos ha llenado de dones y cualidades, y que nos debemos amar como Él nos ama, aceptar como Él nos acepta, perdonar como Él nos perdona. El amar a Dios incluye no olvidarse de sí mismo, dándonos los pequeños y sanos gustos de la vida.
Perdonar a Dios. Otro de los obstáculos en la oración de sanación es el resentimiento subconsciente hacia Dios. Esto es más común de lo que imaginamos. Si bien reconocemos que Dios es perfecto y que no puede equivocarse, sin embargo subjetivamente nos revelamos contra Él cuando, ante ciertas circunstancias de la vida, lo vemos injusto, malo con nosotros, castigador. Ante la muerte de un ser querido o de una persona joven, cuando nuestra oración creemos que no es escuchada, ante una enfermedad o una contrariedad, principalmente si nos creemos buenos y creemos injusto lo que nos hace.
También en este aspecto necesitamos perdonar. Para ello nos puede ayudar lo siguiente. Dios nunca manda cosas malas, solo las "permite". Dios respeta el curso natural de las cosas, y ordinariamente no hace milagros. Que muchas de las cosas malas que nos suceden son obra de nuestra condición humana y que Dios no las quiere. Que hay cosas negativas en la vida que a la larga pueden producir algo bueno, aunque nosotros no lo veamos. Y sobre todo, pensar que Dios nos ama con el más puro amor de Padre y que Él todo lo ordena para nuestro bien, siempre que nosotros no lo desviemos.
No permitamos quedarnos con el sentimiento de que Dios es injusto. Presentémonos ante Dios y digámosle que nos sentimos "ofendidos". Vayamos a Él como amigo y digámosle las cosas claras porque sabemos que con el amigo todo tiene una solución. Si no somos sinceros no podremos sanarnos y nuestra relación con Dios se irá debilitando. Dios mismo nos invita a presentarle nuestras quejas, a discutir con Él. "Vengan y discutamos, dice Yahvé" (Is. 1, 18)
Señor Jesús, derrama tu Espíritu sobre mí, para que pueda entender la necesidad de perdonar y dame la fuerza necesaria para que yo, en Tu nombre, "quiera" perdonar a los que tanto me han ofendido. Amén.
Si te puede ayudar para pedir perdón, te presento una oración que presenta diversas circunstancias de la vida en donde pudo haber ofensa, pero tú déjate llevar por el Espíritu para que te guíe a personas o grupos que tu necesitas perdonar.
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Para terminar, transcribimos un testimonio que trae el P. Roberto de Grandis en "Sana a tu hermano". En él se ve el poder sanador del perdón en nombre de Jesús.
"Querido Padre: Hace dos días, se me pidió ir a orar con una señora que ha estado enferma por varios años; su condición se iba haciendo cada vez peor. Ella había sido operada, y en ese tiempo estaba bajo estricto control médico para permanecer de espaldas en cama lo más que pudiese. Tenía serios problemas domésticos en su hogar. "Cuando llegué a la casa de la señora, estaba echada de espaldas con fuertes dolores en la cabeza, la columna y las rodillas. Hizo esfuerzos para sentarse llorando y con tanto dolor, que tuvieron que ayudarle a echarse de nuevo con mucha suavidad. Sabiendo que tenía problemas domésticos comencé a orar por su sanación psicológica. Estaba llena de resentimientos acerca de muchas cosas y a pesar de encontrar difícil perdonar a su esposo y a sus hijos que la trataban mal, después de usar la imaginación creadora y de pedirle que pensara en el Señor Jesús, amándoles y perdonándoles, e invitándole a que ella hiciese lo mismo, ella por fin pudo perdonarles. Pero cuando llegamos al momento de perdonar a la mujer con la que su esposo estaba viviendo, ella empezó a temblar y a rechinar sus dientes fuertemente. También se quejó de que los dolores de cabeza se hacían más intensos. No podía decir "yo perdono" a aquella mujer. Cuanto más resistía en perdonarla temblaba más fuertemente y sus dientes rechinaban aun más, y sus gritos por su dolor de cabeza eran más altos. Yo oré para que ella se liberara del espíritu de falta de perdón y de sus resentimientos, y sólo después de diez minutos, ella empezó a sollozar y finalmente dijo: "Yo te perdono porque Jesús te ama". Inmediatamente se tranquilizó, y entró en lo que parecía ser un sueño profundo.
Oré para que el Señor le sanara, le devolviese la integridad de su salud y para que el Señor la llenase de paz, y pocos minutos después le pregunté cómo se sentía. Todos los dolores de cabeza, de la columna y de las rodillas habían desaparecido. Se levantó de su cama, nos sirvió refrescos y en ese momento participó lo que había sentido. Alabado sea Dios.
"Yo he estudiado Consejería aplicada a la Pastoral en los Estados Unidos, en verdad yo puedo decir que lo que se realizó allí por el poder del Señor y por medio de la sanación interior, hubiese tomado por lo menos veinte a veinticinco horas de consejería para lograr la sanación. ALABADO SEA DIOS.
Hna. Paul, O.P.".