Aspectos sacerdotales en el Acontecimiento Guadalupano. Cristo Sacerdote y Su ministerio de salvación
Estamos iniciando este esperado 2010 y espero que traiga muchísimas bendiciones para todos nosotros; felicidades y ánimo para poner todo lo que vivamos en el corazón del Señor, que tanto nos ha amado hasta la entrega total de sí por cada uno de nosotros.
Este inicio del año y hasta la fecha del corazón de Jesús —11 de junio— seguirá siendo un año sacerdotal decretado por el papa Benedicto para celebrar los 150 años de San Juan María Vianney, sacerdote francés, sencillo y cordial, que pudo conquistar para Cristo a muchísmos hermanos, gracias a su fecundo y santo ministerio. El interceda por todos.
Por lo mismo, dedicaré esta parte del año a la consideración del sacerdocio de Cristo y el nuestro, tanto a nivel ministerial como al bautismal. Trataré de ir sacando algunos puntos de interés del relato original de las apariciones de la Virgen en el Tepeyac que puedan conectarse con el año sacerdotal.
Iniciemos con la gracia y la luz del mismo Señor Jesús y con la dinamización que nos dé el Espíritu Santo para gloria del Padre. Que nuestra madre amada nos siga presentando a su hijo, sacerdote eterno, autor y consumador de nuestra salvación.
Iniciamos el año con mucha esperanza. Buscamos ser testigos del Señor, como será el lema del Octavario Mundial de Oración de las Iglesias Cristianas —del 18 al 25 de enero— y Familias Educadoras en el Valor de la Vida, como es el tema del congreso familiar de la diócesis para el final de este mes.
Como le dijo nuestra madre en el Tepeyac a Juan Diego, y le mandó decir al obispo Zumárraga: “Pon todo lo que esté de tu parte…” para que su templo fuera realizado. Así, nosotros, pongamos todo lo que esté de nuestra parte para mejorar nuestro medio ambiente social, cultural, económico, político y religioso, como quieren Dios y nuestra madre que lo hagamos. Ella nos inspirará y Él nos lo concederá con su gracia y nuestra colaboración.
Primera consideración: El Padre nos envío a Cristo como nuestro sacerdote.— El Padre constituyó a Cristo como sacerdote eterno y nos lo envió para salvarnos. Su salvación es para todos, es una salvación del pecado y de la muerte eterna. Se da en la tierra mientras ésta dure. Sin Él no se daría esta salvación total que incluye el que todos podamos participar de su gloria eterna. (Jn 3,1-2 10,36 y 20,21; Heb 1,1-4 y 3,1-2).
Jaculatoria: Cristo, que eres hoy y para siempre nuestro sacerdote, intercede por nosotros ante el Padre.
Segunda consideración: Cristo, mediador nuestro ante el Padre.— El ministerio sacerdotal del Señor Jesús consiste, entre otras características, en que es para abogar por nosotros ante el Padre, para conseguir de Él su benevolencia para con nosotros, para presentarle “nuestras angustias, penas y dolores” como expresó la Virgen a Juan Diego cuando le comunicó por qué había venido a nuestra tierra. En la carta a los Hebreos aparece de manera muy clara este papel de mediación que hace Cristo a favor nuestro (8,6-7; 9,15; 12, 22-24; 20,21).
Tercera consideración: Cristo nos ha reconciliado con el Padre.— El sacerdocio de Cristo nos restablece la comunión con el Padre en el Espíritu Santo. Sólo Él ha sido capaz de entregar su vida “en rescate por muchos”. Su reconciliación nos ayuda a volver a vernos, entre los humanos, como hermanos y amigos en Él. Nos ayuda a reconciliarnos a cada quien consigo mismo y con la creación.
María de Guadalupe aparece en el Tepeyac como la gran reconciliadora al traer en su indumentaria juntos al sol, la luna y las estrellas, que según la concepción del universo que tenían los aztecas era imposible llevarse al cabo.
No solamente eso: hizo que el 26 de diciembre, por la convocatoria del obispo Zumárraga y por la fuerza del Espíritu Santo, las etnias que vivían sometidas anteriormente a los aztecas y vivían en los alrededores de Tenochtitlán estuvieran presentes en el traslado de su imagen guadalupana de lo que hoy es la Catedral Metropolitana al Tepeyac. Alabemos a nuestro Dios que siempre está dispuesto a reconciliarnos con Él y entre nosotros gracias a Cristo. (Heb 10,11-18).
Cuarta consideración: Cristo se ofreció por nosotros al Padre.— La manera más perfecta de ser sacerdote es cuando éste se ofrece por sus hermanos para que ellos tengan la vida perfecta.
Jesús es el gran oferente de sí mismo al Padre, por nosotros. Se dejó conducir hasta la muerte “y muerte de cruz” como dice San Pablo, para manifestar el gran amor que le tiene al Padre y a nosotros. (Heb 10,5-10; Ef 1,7-9 y 3,14-18).
En el sacrificio de la misa se actualiza de manera perfecta esta oblación de Cristo por nosotros.
La tradición cristiana es unánime al pedir que participemos con Cristo en su entrega por nosotros todos los domingos de manera especial. Así lo hacía Juan Diego, como consta en la narración del Nican Mopohua, cuando dice que Juan Diego “había escuchado misa” y había estado presente en 'la cuenta' que hacían los franciscanos del número de indígenas que habían asistido a ella. (N.M. 69).
Quinta consideración: María y su vivencia sacerdotal en Cristo sacerdote.— Dice el Concilio Vaticano respecto a María: “Con ella misma, excelsa hija de Sión, tras la prolongada espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se instaura la nueva economía, al tomar de ella la naturaleza humana el hijo de Dios, a fin de librar al hombre del pecado mediante los misterios de su humanidad” (Constitución Lumen Gentium, cap. VIII #55). Esa naturaleza humana, tomada de su Madre, la ofrece el Señor y se ofrece con todo su cuerpo místico al Padre.
Allí está incluida, primordialmente, María, quien compartió con su hijo, de manera única, su ofrecimiento desde las primeras gotas de sangre por su circuncisión hasta la entrega total en la cruz. María, en cada paso de la historia de su hijo y Señor. Iba diciendo, en ofrecimiento total: “Aquí está la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1, 38). Unámonos a ella y a Cristo y ofrezcámonos al Padre.