Éstos, pues, se acercaron a Felipe,
que era de Betsaida de Galilea,
y le rogaron, diciendo: "¡Señor, queremos ver a Jesús!"
S. Juan 12:21
Hace muchos años,
mientras hacía el examen bautismal a cinco personas,
toda la iglesia se conmovió por un espectáculo deprimente.
El esposo incrédulo de una de las personas
que se iba a bautizar esa mañana,
ingresó en el templo vociferando
y amenazando a todo el mundo con una vara en la mano. Sorprendidos todos, nadie tuvo la osadía
de detener al indeseado visitante.
Para aumentar todavía más la sorpresa,
el hombre tomó a su esposa por los cabellos,
la sacó de la iglesia y la llevó por la calle,
gritando a todas las personas que hacía eso como una lección
para las mujeres que quisieran cambiar de iglesia
sin el consentimiento del marido.
En una sociedad tradicional, conservadora y "machista"
como la de esa pequeña ciudad, en el interior de mi país,
el hombre "merecía" parabienes por lo que estaba haciendo,
y todo el mundo en la calle aplaudía.
Ese fue un día triste. Se podía notar la tristeza y las lágrimas
en el rostro del pequeño grupo de hermanos.
Sin embargo, por la noche,
alguien me entregó un papelito de la hermana:
-Pastor, no se vaya sin antes bautizarme.
Mañana saldré a las nueve de la mañana
para comprar las cosas en la feria de la calle
y pasaré antes por la iglesia para ser bautizada.
Espéreme listo, por favor.
Fue uno de los bautismos más significativos que realicé.
Esa señora sabía muy bien que la vida no sería fácil para ella,
pero su amor por Cristo era mucho mayor
que las dificultades que pudieran aparecer.
Dos años después retorné a esa ciudad y, para mi sorpresa,
el marido estaba en la iglesia, bautizado
y participando activamente como diácono.
Cuando le pregunté cómo había sido que había aceptado a Jesús,
el hombre respondió:
-Fue mi esposa. Yo vi a Jesús en ella.
El versículo de hoy habla de los griegos que llegaron a Jerusalén
y querían ver a Jesús.
Cuando las personas quieren ver a Jesús,
generalmente no buscan la Biblia,
ni la doctrina, ni la naturaleza.
En la mayoría de las veces buscan a los que se dicen cristianos
para ver si realmente el cristianismo funciona.
Ese marido duro y aparentemente insensible al evangelio,
vio reflejado el carácter de Jesús en la vida de su esposa.
Ella no había cambiado sólo de iglesia,
había cambiado de vida,
y ante una vida reformada por Jesús no hay argumentos,
ni críticas que permanezcan en pie.
El sermón silencioso de una vida transformada
es mucho más poderoso
que un sermón predicado desde el púlpito.
¿Por qué no hacer de este día un día de comunión con Jesús?
¿Por qué no pedirle que el Espíritu Santo
controle nuestros sentimientos y pensamientos
para que se pueda reproducir en nosotros el carácter de Cristo?
DIOS TE BENDIGA!