Domingo 22 de agosto de 2010
21º durante el año
Evangelio según San Lucas 13, 22-30 (ciclo C)
Es cierto que Dios nos salva a todos y quiere también que todos nos salvemos, sin excluir a nadie. A tal punto no excluye a nadie que Él mismo dio la vida por todos en la cruz. Y cuando estaba en la cruz, dando su vida por todos nosotros, le dijo al Padre “perdónalos porque no saben lo que hacen”; en ese mismo instante de su crucifixión Cristo da el amor más grande que es la piedad y el perdón para todos los hombres, para la humanidad.
Ahora bien, nosotros somos llamados, estamos invitados, pero a veces no nos damos cuenta: la vida es un regalo por el amor de nuestros padres, por ellos y por Dios estamos en este mundo y tenemos vida. Hemos sido invitados al concierto universal de la vida humana.
Tenemos que hacernos cargo de nuestra vida, obrar responsablemente por nuestra vida que es un don, pero también es una conquista. Somos invitados pero también tenemos que acudir. Por eso ¡nadie puede excluirse ni sentirse “a mi no”!
Esta llamada que Dios nos hace y nuestra respuesta, que debemos poner en práctica, no es sólo de palabra, no es por cercanía del lugar, o del tipo “yo conozco un sacerdote”, “yo conozco un obispo”, “yo hice caridad en mi vida”, el curriculum vitae o las relaciones personales no van a agregarnos ni quitarnos nada. Es cómo cada uno, en su vida y en su corazón, ha vivido.
No me van a preguntar cuántas misas he celebrado, ni a ustedes cuántas misas han participado; más bien nos dirán “¿qué has hecho de tu vida?”, “¿cómo has obrado?”, “¿cómo has trabajado?”, o “¿cómo has respondido?”, pero con dos elementos fundamentales que son características del ser humano: la verdad y el bien.
La verdad, que es propio de la inteligencia humana; y el bien que está sostenido por la voluntad, que es lo que caracteriza a una persona. Los animales no tienen inteligencia humana ni voluntad humana. Nosotros, los hombres, tenemos una inteligencia y una voluntad para obrar, vivir y quedarnos en el bien.
Es un regalo pero también es una respuesta nuestra. Esto debemos reflexionarlo en serio; con nuestra vida no se embroma, ¡es muy importante!; con Dios tampoco. Se nos va a pedir cuentas y nos vamos a llevar sorpresas. Quizás los últimos serán los primeros y los primeros lleguen a ser los últimos.
Este es un Evangelio para reflexionar, meditar, tomar decisiones y ponerlas en práctica
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén |