Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo,
como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar
(1 Pedro 5:8)
Un cazador levantó su rifle y apuntó cuidadosamente hacia un gran oso...
Cuando iba a apretar el gatillo, el oso le habló con voz suave y mansa:
"¿No sería mejor sentarnos para conversar en vez de que me dispares?
¿Qué es lo que deseas? Vamos a negociarlo".
Bajando su rifle, el cazador contestó:
-"Yo quiero un abrigo de piel".
"Bueno", -dijo el oso, "ése es un asunto negociable.
Yo solo quiero tener un estómago lleno. Vamos a conversarlo".
Entonces se sentaron para negociar y después de un rato,
el oso ya estaba solo. Las negociaciones habían
sido realizadas. El oso obtuvo su estómago lleno y el cazador
¡su abrigo de piel!
Satanás nos dice: -"vamos a negociar".
Pero existen algunas cosas que no pueden ser negociables.
Nosotros no podemos comprometer nuestra vida espiritual con el mundo.
Cristo y Su iglesia merecen lo mejor de nosotros...
y merecen nuestra total lealtad.
¿Qué tipo de negocios estamos haciendo en este mundo?
¿Hasta qué punto estamos cediendo en favor de otros intereses?
Un hijo de Dios no puede negociar su relación con el Señor.
Nuestra fe no puede ser cambiada por una relación permanente
con personas incrédulas.
Nuestro tiempo de oración no puede ser negociado por unos momentos
de placeres carnales.
La alabanza de nuestro corazón no puede dar lugar a murmuraciones
que invalidan nuestro testimonio y avergüenzan el nombre del Señor Jesucristo.
Nuestra vida necesita estar basada en el altar de Dios y nuestro amor debe ser innegociable. No hay nada que el demonio pueda
ofrecer a cambio de ese amor,
y ninguna de sus tentaciones puede apagar el brillo de la presencia
de nuestro Salvador en nuestras vidas.
No tenemos ningún negocio a tratar con él,
y por más que sus ofertas sean tentadoras,
es necesario que estemos firmes y seguros en las manos de Dios,
rechazando e increpando todo cuanto venga de
parte del enemigo de nuestras almas.
¡Nuestra vida con Dios es innegociable!
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