El cóker con defecto
Había sido una larga noche. Nuestra Cócker Spaniel negra, Preciosa, tenía problemas al parir. Yo yacía en el piso junto a su jaula de cuatro pies cuadrados, observando cada uno de sus movimientos. Observando y esperando, en caso de que tuviera que llevarla de urgencia al veterinario.
Tras de seis horas, los cachorros comenzaron a aparecer. El primogénito fue blanco y negro. El segundo y tercer cachorros fueron de color café claro y chocolate. El cuarto y quinto también tenían manchas blancas y negras.
"Uno, dos, tres, cuatro, cinco", conté para mí mismo mientras caminaba por el pasillo a despertar a mi esposa, Judy, y decirle que todo estaba bien.
Al regresar por el pasillo de vuelta a la habitación extra, noté un sexto cachorro que había nacido y que ahora yacía por sí mismo a un lado de la jaula. Tomé al cachorrito y lo coloqué sobre el gran tumulto de cachorritos que gemían e intentaban mamar de la madre. Preciosa inmediatamente
apartó al cachorrito del resto del grupo. Ella rehusó reconocerlo como un miembro de su familia. "Algo está mal", dijo Judy.
Me incliné y recogí al cachorrito. Mi corazón se encogió dentro de mi pecho cuando vi que el cachorrito tenía el labio y palatinos partidos y que no podía cerrar su hociquito. Decidí en ese momento que si había alguna manera de salvar a este animal, yo iba a darle mi mejor esfuerzo.
Tomé el cachorrito lo llevé al veterinario y me dijo que nada podía hacerse a menos que estuviésemos dispuestos a invertir como mil dólares para intentar corregir el defecto. Nos dijo que el cachorrito moriría principalmente porque no podía chupar. Tras regresar a casa, Judy y yo decidimos que no podíamos darnos el lujo de invertir esa cantidad de dinero sin recibir algún tipo de seguridad del veterinario que el cachorrito tendría una posibilidad de vivir. Sin embargo, eso no me impidió comprar una hipodérmica y alimentar al cachorrito a mano, lo que hice cada día y noche, cada dos horas, por más de diez días. El cachorrito sobrevivió y aprendió a comer por su cuenta siempre y cuando fuese comida suave enlatada.
La quinta semana coloqué un anuncio en el periódico y, en una semana, teníamos gente interesada en todos los cachorritos, excepto en el que tenía la deformidad. Una tarde fui a la tienda a recoger unos pocos abarrotes.
Al regresar pude ver a la vieja maestra jubilada que vivía al otro lado de nuestra calle, haciéndome señas. Había leído en el periódico que teníamos cachorritos y se preguntaba si podría obtener uno para su nieto y su familia.
Le dije que todos los cachorritos habían hallado hogares pero que mantendría mis ojos abiertos por si alguien más tenía Cócker Spaniels disponibles. También mencioné que si alguien cambiaba de opinión, le dejaría saber. En cuestión de días, todos excepto uno de los cachorros habían sido recogidos por sus nuevas familias. Esto me dejó con un Cócker café claro además del cachorrito con el defecto.
Pasaron dos días sin que oyésemos nada de parte del caballero al que le habíamos prometido el cachorrito café claro. Le telefoneé a la maestra y le dije que me quedaba un cachorrito y que era bienvenida a verlo. Me dijo que recogería a su nieto y que vendría como a las ocho de la noche. Esa noche, como a las siete y media, Judy y yo estábamos cenando cuando oímos a alguien tocando a la puerta del frente. Cuando abrimos la puerta, el hombre que había solicitado el cachorrito café claro estaba allí.
Entramos, arreglamos los detalles de adopción y le entregamos el cachorrito. Judy y yo no sabíamos qué haríamos o diríamos cuando la maestra se apareciese con su nieto.
Exactamente a las ocho de la noche, el timbre de la puerta sonó. Abrí la puerta y allí estaba la maestra con su nieto junto a ella. Le expliqué que el hombre había venido por el cachorrito después de todo y que no quedaban cachorritos. "Lo siento, Jeffery. Hallaron hogares para todos los cachorritos", le dijo a su nieto.
Justo en ese momento, el cachorrito que quedaba en el dormitorio comenzó a gemir. "¡Mi cachorrito! ¡Mi cachorrito!" gritó el niñito al salir corriendo de detrás de su abuela.
Casi me desmayo cuando me di cuenta de que el niñito también tenía el labio y palatino partidos. El niño me pasó al lado tan rápido como pudo, yendo por el pasillo hasta donde estaba el cachorrito que seguía gimiendo. Cuando nosotros tres llegamos a la habitación, el pequeñín sostenía al cachorrito en sus brazos. Miró a su abuela y dijo: "Mira, Abuela. Ellos hallaron hogares para todos los cachorritos excepto para el bonito y se ve justo como yo".
La maestro se volteó a nosotros: "¿Está disponible este cachorrito?" "Sí", le contesté. "Ese cachorrito está disponible".
El niñito, que ahora abrazaba al cachorrito, agregó: "Mi abuela me dijo que este tipo de cachorritos son realmente caros y que tengo que cuidarlo bien". La dama abrió su bolso, pero yo me le acerqué y aparté su mano de manera que no pudiese extraer su billetera. "¿Cuánto piensas que cuesta este cachorrito?" le pregunté al niño. "¿Cómo un dólar?" "No. Este cachorrito es muy, muy costoso", contestó él.
"¿Más de un dólar?" le pregunté. "Me temo que sí", dijo su abuela. El niño se quedó de pie abrazando al cachorrito contra su mejilla. "No podemos venderlo por menos de dos dólares", dijo Judy, apretando mi mano. "Como dijiste, es el bonito".
La maestro sacó los dos dólares y se los entregó al muchacho. "Es tu perro ahora, Jeffery. Tú, págale al hombre". Todavía abrazando al cachorrito con fuerza, el niño me entregó el dinero orgulloso. Cualquier preocupación que tenía sobre el futuro del cachorrito se fue.
Todavía mantengo la imagen del niñito y su cachorrito. Creo que debe ser un sentimiento maravilloso para todo jovencito el mirarse al espejo y ver nada más excepto al "bonito".
Roger Dean Kiser