Escondida
Con Juampi y Connie jugamos seguido
a la escondida.
Ellos se esconden debajo de
una almohada y yo los busco.
Miro por debajo de la cama,
en los armarios,
entre la ropa y finalmente
llego a la cama donde
los encuentro y nos reímos.
Ellos saben que los voy a encontrar,
porque soy su papá.
Y les encanta que los encuentre.
Cuando leía la historia de
Adán y Eva me acordé del juego
con mis hijos.
Adán y Eva estaban viviendo
una situación ideal.
Eran totalmente puros,
no había pecado ni maldad
en sus vidas ni en su entorno.
Estaban en el Edén
y podían disfrutar a diario
de conversar con Dios cara a cara.
No había enfermedad,
problemas, angustias, miedos,
frustraciones, fracasos ni muerte.
Pero un tristísimo día,
el diablo los engañó y comieron del
fruto prohibido.
Desobedecieron la única
prohibición que Dios les
había dado y la primera
consecuencia fue que
tuvieron vergüenza,
porque estaban desnudos.
La segunda fue el temor.
Quisieron esconderse de Dios.
Oyeron su voz y no querían verlo.
Sabían que habían fallado
y pensaban que podían ocultarse de Él.
Creían que si se tapaban
con alguna rama podían
evitar que Dios los viera.
Su temor al encuentro era
consecuencia de sus faltas.
Esta actitud chiquilina y
caprichosa la seguimos repitiendo constantemente, y tratamos de escondernos de Dios cada vez que nos equivocamos.
Creemos que por alejarnos
de su presencia y frecuentar
otros lugares, Dios no va a vernos.
Y nos olvidamos de la premisa divina.
Es como querer escondernos
con una almohada.
Dios siempre va a encontrarnos,
porque Él todo lo sabe.
No hace falta que te escondas,
no hay manera en que puedas
evitar que Dios se entere.
Porque Él ya lo sabe.
Su omnisciencia le permite saber absolutamente todo lo que pensás,
hacés, decís y soñás.
En lugar de tratar de ocultarte de Dios, buscalo. Su amor y su misericordia
son tan grandes que pueden perdonar cualquier falta, eliminar la culpa
y darte una nueva oportunidad.
Esconderte solo te genera más problemas
y que la culpa te siga pesando.
En lugar de solucionar el problema,
lo terminás complicando.
REFLEXIÓN —
No juegues a las escondidas con Dios.
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