-Está muerto.
-No está muerto. Esta manejando el barco.- La imagen cambió, y apareció Kennedy pronunciando un discurso.
- ¿Ves? Ahí está otra vez.
-Eso ocurrió hace mucho tiempo. Ahora está muerto, Luke.
Mi hijo me miró a los ojos para saber si yo le estaba tomando el pelo.
-¿Muerto, muerto?
-Sí.
-¿Sus pies están muertos?
-Sí.
-¿Su cabeza está muerta?
-Sí.
Se quedó pensativo por un rato. Luego dijo:
-Pues habla muy bien.
Me fue imposible contener la risa.
El niño había analizado el asunto de una forma fuera de lo común.
Después del incidente de Kennedy, Luke anduvo un buen tiempo obsesionado con el tema de la muerte.
Casi siempre que salíamos al bosque, se ponía a buscar ratones, mapaches o aves muertas.
Se acuclillaba junto a los animales y fantaseaba sobre lo que habían estado haciendo antes de morir.
Había ocasiones en que hasta los sepultábamos.
Esto me preocupaba, naturalmente.
El concepto de la muerte es demasiado complejo para un chiquillo de tres años.
Le expliqué que la mayoría de las personas creen que sólo muere el cuerpo, y que otra parte, llamada alma, sobrevive.
Eso- añadí - no lo sé con certeza.
Sin embargo, si uno cree profundamente en algo aunque no pueda verlo ni demostrarlo, se dice que tiene Fe.
Aquello le causó un gran asombro, y en la siguiente semana me bombardeó con preguntas.
En uno de nuestros paseos le mostré un capullo vacío.
Le dije que una oruga lo había tejido y luego se había convertido en mariposa.
En esta ocasión Luke no chistó, pues lo había visto ya en la televisión.
En seguida dijo: -Pero a la mariposa real todavía la puedes ver. Vuela de un lugar a otro. La puedes tocar. Si te mueres, la gente sólo te puede ver en la tele.
-Sí, es cierto- contesté.
-No obstante a las personas que murieron también las puedes ver con tu pensamiento.
Luke rumió esto un largo rato. Al fin me preguntó cómo era posible. Le pedí que cerrara los ojos y que pensara en alguien que estuviera ausente; por ejemplo, a su amigo, Charlie.
-¿Lo puedes ver?- le pregunté.
-¡No, pero lo oigo!- exclamó.
-Pues es algo así. Hazte cuenta que las personas que no están contigo se acercan a tí cuando las recuerdas.
Luke siguió preocupado por la muerte unos días más. Luego se concentró en los preparativos de su fiesta de cumpleaños, y no volvió a hablar del asunto.
Cerca de año y medio después murió Mawmaw. Mi hijo insistió en que lo dejáramos ir al velorio, y tanto a mi esposa como a mí nos pareció una buena idea.
La casa de Mawmaw estaba repleta de invitados, de comida y de charla.
Mawmaw había tenido una vida larga y fecunda, así que no nos embargaba el profundo dolor que suele acompañar a las muertes prematuras o inesperadas.
Todos recordábamos su alegría, su fortaleza, su sentido del humor y su bondad.
No le preguntamos a Luke si deseaba entrar en la habitación donde la estaban velando.
Preferimos dejar que platicara con la gente, comiera, jugara con sus primos o hiciera lo que quisiera.
Sin embargo, en el último momento pidió ver a Mawmaw.
Lo tomé de la mano y lo llevé junto al féretro.
Como no alcanzaba a ver más que las flores, lo tomé en brazos.
Se quedó mirando un rato a su bisabuela y luego dijo: -Ya, papá.
Salimos del cuarto y cruzamos el vestíbulo en dirección a la cocina.
Antes de llegar, Luke me tiró de la mano y me llevó a un cuarto pequeño en el que la abuela solía bordar.
Mirándome solemnemente, me dijo en un susurró:
-Papá, ésa no es Mawmaw.
-¿Tú crees?
-No es -repitió-. Mawmaw no está ahí.
-¿Dónde, entonces?- pregunté.
-Por ahí, platicando.
-¿Por qué piensas eso?
-No lo pienso. Lo sé.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque lo sé. Nada más.
Por un momento nos miramos uno al otro, de frente. Por fin Luke dijo:
-¿Eso es la Fe?
-Sí, hijo. Eso es la Fe.
-Entonces yo tengo Fe.
Lo miré con asombro y regocijo.
Mi hijo acababa de descubrir uno de los recursos más poderosos del corazón: una nueva guía, además de su madre y de mí.
Había descubierto una forma de entendimiento que lo acompañaría el resto de su vida, e incluso más allá.
Desde la cocina nos llegaron las voces animadas de los familiares y amigos que nos acompañaban.
Estaban contando anécdotas de Mawmaw, la extraordinaria mujer que tanto habíamos querido.
Ví que Luke me sonreía, y luego cruzamos el vestíbulo, tomados de la mano, para ir por unas piezas de pollo frito.
Y para contar un par de anécdotas...
Selecciones del Reader´s Digest, Edición México, Pág. 59, Octubre de 1997