Evangelio
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 18, 9-14
En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias." En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.
Oración introductoria
Señor, contemplando el amor que nos has tenido y con el que nos has amado, queremos reconocer que sin tu gracias no podemos realizar la buenas obras. Ayudándonos y guiándonos por el camino del amor. Deseamos caminar en este día de tu mano y valorar cada vez más todo lo que haces por nosotros.
Petición
Señor, ayúdame a ser humilde para reconocer mis faltas y pecados. Invoco el auxilio de tu gracia para ser cada día mejor cristiano e imploro tu divina misericordia ante mis caídas y debilidades.
Meditación
La parábola del fariseo y el publicano imparte una enseñanza que se encuentra tal cual en san Pablo, cuando insiste en que nadie debe gloriarse en presencia de Dios. También las frases de Jesús sobre los publicanos y las prostitutas, más dispuestos que los fariseos a acoger el Evangelio (cf. Mt 21, 31; Lc 7, 36-50) y sus deseos de compartir la mesa con ellos (cf. Mt 9, 10-13; Lc 15, 1-2) encuentran pleno eco en la doctrina de san Pablo sobre el amor misericordioso de Dios a los pecadores (cf. Rm 5, 8-10; y también Ef 2, 3-5). Así, el tema del reino de Dios se propone de una forma nueva, pero con plena fidelidad a la tradición del Jesús histórico (Benedicto XVI, Audiencia, 8 de octubre de 2008).
El escriba, conocedor de las escrituras, se dirige a Dios con orgullo y vanidad. Le ha faltado humildad para reconocerse necesitado de la gracia de Dios. Es necesario tener una clara conciencia de que somos creaturas frágiles para vivir, con sinceridad, de cara a Dios. A nosotros no nos corresponde juzgar y criticar a los demás, pues eso es algo que sólo le compete a Nuestro Señor.
Muy diferente es la actitud publicano. Se queda en la esquina y sin el valor de elevar los ojos a Dios. Es humilde y se reconoce pecador, necesitado de la misericordia de Dios. Los humildes agradan inmensamente a Dios. La humildad del publicano consiste en reconocer sus faltas, pedir perdón y realizar un sincero propósito de enmienda.
Reflexión apostólica
¡Qué es la confesión sino un acercarnos a Dios con la misma actitud del publicano! En el sacramento de la penitencia buscamos con humildad la misericordia de Dios. Cuando reconozco mis pecados y le pido perdón a Dios en la confesión estoy formando, al mismo tiempo, un corazón más comprensivo y bondadoso para no juzgar ni criticar a los demás. A través de la confesión obtengo, con toda certeza, el perdón de mis pecados y puedo regresar a mi vida diaria con paz y tranquilidad de conciencia porque le he dado el primer lugar a Dios en mi vida.
Propósito
Me confesaré si llevo largo tiempo sin hacerlo y promoveré la participación a este sacramento entre mis familiares y amigos.
Diálogo con Cristo
Jesús, reconozco que tengo muchas carencias y que, en algunas ocasiones, el egoísmo forma parte de mis pensamientos y juicios. Dame el valor y la gracia de prepararme y realizar una buena confesión. Ayúdame, Dios mío, a ser misericordioso y bondadoso con los demás. Te pido que me des la fuerza para no criticar ni juzgar al prójimo. Señor, si mil veces caigo, que mil veces esté dispuesto a levantarme y seguir luchando por Ti.
No queremos otro don que Jesús, no suspiramos por otro amor que por el suyo. Mons. Luis María Martínez
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