¿Alguna vez ha sido acusado despiadadamente? Si es que hemos sido reprendidos justamente (como la mujer que fue encontrada en adulterio en Juan 8:1-11) o falsamente acusados (como Susana en Daniel 13), nosotros nos sentimos terriblemente invalidados cuando tenemos que soportar la condenación sin el perdón.
Sentirse arrepentido por un verdadero pecado no hace más fácil el aceptar las reacciones duras de los demás, así que nosotros nos defendemos en lugar de admitir nuestra culpabilidad. Queremos protegernos de una vergüenza que aplasta y por eso tratamos de racionalizar nuestros pecados.
¿Funciona esto realmente? No, sólo la misericordia nos puede proteger. Sólo la misericordia puede validar nuestro valor. Sin ello, tratamos de manipular a las personas para que les caigamos bien y nos aprueben y nos afirmen. Entre más pecamos, más desesperados estamos por la aprobación de otras personas. Y entre más desesperados, menos remordimiento sentimos por lo que hemos hecho mal, porque el remordimiento es un sentimiento que nos dice que merecemos la desaprobación.
Para llenar el vacío y curar la herida, nosotros necesitamos darnos cuenta de que hemos sido perdonados por la misericordia de Dios. El Sacramento de la Confesión nos da prueba audible de esta misericordia. Y debemos comprender que sólo es la opinión de Dios de nosotros la que realmente importa. Incluso si los demás se nieguen a darnos misericordia, si sabemos que tenemos la misericordia de Dios, nosotros tendremos la paz y el sentido de valor personal que necesitamos.
Cuándo somos acusados falsamente, nos sentimos vacíos e invalidados porque la verdad ha sido mal juzgada y estamos a la merced de las opiniones equivocadas que tienen los demás de nosotros. Ellos nos rechazan y es totalmente injusto. Tenemos hambre de su afirmación, y si no la recibimos, nosotros nos defendemos y los ofendemos. Convertimos nuestra inocencia en egoísmo, orgullo y en una mala conducta.
Para llenar este vacío y curar esta herida, nosotros necesitamos darnos cuenta de que somos protegidos por la misericordia de Dios, y debemos recordarnos que es sólo su opinión de nosotros la que importa realmente.
Nadie nos puede validar o curarnos como Dios puede. Solamente el nos ama sin importar lo que hagamos. Misericordiosamente, cuando merecemos el castigo, Nuestro Padre dice: "Yo no te condeno, porque MI Hijo tomo tu castigo por ti. Yo te amo. Sigue con tu vida y no peques más, pero ten seguridad de que yo siempre te amare, incluso si pecas de esta manera otra vez".
Dios tiene más misericordia para darte que lo que te has permitido recibir. Medita en esto y ábrete a su amor constante y misericordioso. El quiere liberarte de la necesidad de ser validado y ser curado por las personas.
Esta verdad te libertará para amar a los demás aún cuando ellos pecan contra ti. Con Jesús, dile al Padre: "Yo no los condeno. Otórgales por favor tu perdón incluso si ellos no lo piden".
Perdonamos a los demás no porque ellos se arrepienten (algunos nunca lo harán), sino porque Dios ha sido misericordioso con nosotros. Así como hemos recibido misericordia de él, así también compartimos su misericordia con los demás
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