Evangelio
Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 1-6
«No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino». Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí».
Oración introductoria
Jesús, sé que estás aquí, en medio de mi casa, de mi trabajo y de mis ocupaciones. Ayúdame a incrementar mi fe en tu presencia. Quiero hacer esta oración a tu lado, dejando fuera de mi corazón el ruido del mundo y de mi interior. Te pido por mis familiares, amigos y conocidos para que también ellos se acerquen a tu amor. Gracias por dedicarme estos momentos para hablar conmigo.
Petición
Jesucristo, ayúdame a conocerte cada día más y más.
Meditación
“Pasemos ahora a la segunda pregunta. ¿Cómo podemos nosotros ser testigos de "todo esto"? Sólo podemos ser testigos conociendo a Cristo y, conociendo a Cristo, conociendo también a Dios. Pero conocer a Cristo implica ciertamente una dimensión intelectual -aprender cuanto conocemos de Cristo- pero siempre es mucho más que un proceso intelectual: es un proceso existencial, es un proceso de la apertura de mi yo, de mi transformación por la presencia y la fuerza de Cristo, y así también es un proceso de apertura a todos los demás que deben ser cuerpo de Cristo. De este modo, es evidente que conocer a Cristo, como proceso intelectual y sobre todo existencial, es un proceso que nos hace testigos. En otras palabras, sólo podemos ser testigos si a Cristo lo conocemos de primera mano y no solamente por otros, en nuestra propia vida, por nuestro encuentro personal con Cristo. Encontrándonos con él realmente en nuestra vida de fe nos convertimos en testigos y así podemos contribuir a la novedad del mundo, a la vida eterna. (Benedicto XVI, audiencia general del 20 de enero de 2010).
Reflexión apostólica
Decía San Agustín en el libro de las Confesiones: «Nos hiciste, Señor, para Ti e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti». ¡Cuánta razón tiene! Todo hombre anhela una felicidad que no se acabe con la muerte y la tumba. Como cristianos sabemos que esa felicidad es el cielo, el estar con Cristo glorioso para siempre. Lo que sucede es que no todos los hombres descubren la Verdad con mayúsculas. Muchos de ellos, -quizá también nosotros- se quedan atrapados en los cielos ficticios y los caminos tortuosos de este mundo. Aquí está nuestra labor como seguidores de Cristo: hacer que todos los hombres lleguen a experimentar ya en esta tierra el auténtico cielo: Jesucristo, camino, verdad y vida.
Propósito
Visitar a Cristo pidiéndole que sea Él el centro de mi vida familiar y profesional.
Diálogo con Cristo
Jesús, con frecuencia me siento extraviado y perdido en este mundo. Te pido que seas Tú la brújula y el destino final de mi vida. Ayúdame a experimentar la paz que me has prometido para que a pesar de las dificultades de este mundo pueda decir como San Pablo: «Yo sé en quién tengo puesta mi fe (2 Tim 1, 12)».
«Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo». (S.S. Benedicto XVI)
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