Autor: Cardenal Paul Poupard
| Fuente: Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
La cultura del lucro |
El desarrollo de una cultura sana y sólida exige
que las condiciones materiales de vida no comprometan la libertad y la
dignidad humana |
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La cultura del lucro |
Un término en boga del actual cuadro cultural, es
el de ganancia o lucro. Este concepto es referido la
mayor parte de las veces al campo económico, reflejando la
polarización cultural del mundo en una clave exclusivamente monetaria. Desde
esta perspectiva viene juzgadas todas las demás esferas humanas, de
modo que el dinero como centro y criterio de desarrollo
personal, regional o nacional, se admite de modo absoluto e
indiscutible. La política, la sanidad pública, la seguridad nacional, la
educación, la cultura, etc. Todo en función de los centros
de funcionamiento económico.
El poder adquisitivo, el nivel de vida económico,
el Producto Interno Bruto, Deuda externa, la Bolsa, la inflación,
la devaluación, la paridad de las divisas, etc., son conceptos
comunes en los noticieros de las cadenas televisivas. El estado
de las finanzas nacionales viene identificado y presentado normalmente al
medio día, como si éste fuera el único pan de
cada día.
Los países denominados en “vías de Desarrollo”, desarrollo, ¿Qué
desarrollo?, económico, o ¿existe otro verdadero desarrollo para la mentalidad
dominante?, deben necesariamente utilizar sus recursos culturales como una forma
potencial de ganancia económica.
El comercio de lo cultural dentro
de la globalización económica y social, supone en términos laborales,
la uniformidad de una mentalidad que sabe apreciar bailes, ritos,
ceremonias, vestidos; como adornos externos, pasados, exóticos, bizarros, de lo
que debe ser el modelo uniforme de mentalidad, eliminando la
memoria y el arraigo. De este modo se pretende mantener
la competencia entre pueblos, en torno siempre al paradigma económico
implantado precisamente por una forma servil del ver al hombre
subordinado al dinero.
Las formas culturales tradicionales o populares vienen vendidas
como folklore, a fin de poder continuar la vertiginosa carrera
del mercado mundial. Ello genera entre otros efectos en los
pueblos de tradición cristiana:
a) La disolución de la misma
cultura popular, dado que el centro de la cosmovisión antropológica
viene desplazado del campo trascendente de la fe a la
inmanencia del dinero.
b) La cultura no viene ya vivida
como expresión natural de los grupos humanos, sino como un
elemento de producción económica, desnaturalizando así las relaciones interpersonales que
la generaron, dado que la cultura es expresión del ser
del hombre. Ello quiere decir, que aún cuando la intención
de los seres humanos muestre conscientemente en sus relaciones interpersonales
la intención del lucro, la condición personal de las relaciones
culturales, escapa en su consistencia metafísica a la manipulación intencional
de ganancia. Dicho de otra manera aún en una cultura
del lucro es posible generar cultura.
Podríamos decir, que cada uno
de nosotros tiene la posibilidad de buscar en las relaciones
con los demás un canal de beneficio económico, pero, ninguno
de nosotros tiene la posibilidad de eliminar la condición relacional
en cuyo desarrollo pueden o no, ser buscados réditos financieros.
La gratuidad, la contemplación de lo simple, la simple cotidianidad
libremente asumidas y buscadas, aparecen entonces como el paradigma antagónico,
como la “mediocridad feroz”.
Sin embargo, si bien es verdad que
la cultura es inherente al ser del hombre, no es
menos verdadero es que la forma ontológica humana no es
el único elemento de la antropología, pues aún siendo fundante
al ser humano, reclama la también inherente dimensión histórica del
hombre. Esta dimensión histórica viene gravemente lacerada y a veces
aniquilada por la avidez de lucro, generando situaciones de verdadera
explotación humana, una atmósfera de rencor, desconfianza, odio, indiferencia social,
impunidad, venganza y resentimiento; en pocas palabras produciendo una anticultura
de muerte.
c) Las tradiciones culturales cristianas, no desaparecen en su
expresión, ya que son protegidas generalmente por las entidades gubernativas
como folklore; pero vienen privadas de la fuerza y del
talante de fe que las produjo, de la contemplación cristiana
de la realidad y de las actitudes morales derivadas de
ésta. La expresión tradicional de la fe como dato cultural
corre el riesgo de transformarse en arcaísmo social, identificándolo con
un momento ya superado de la cultura latinoamericana. El folklore
reduce las formas culturales populares a teatros o museos vivientes,
no pocas veces valorados como formas primitivas e retrógradas de
sociedad.
Desgraciadamente este fenómeno de rechazo, abandono, o auto devaluación de
la propia cultura, viene dramáticamente vivido en América Latina, constatable
en los millones de personas que cada año emigran a
otro país más industrializado o las grandes ciudades de su
propia nación, víctimas la mayor parte de las veces de
un modelo absolutista Neoliberal que ha fincado al centro de
la dignidad humana el signo monetario. La Ponencia de Su
Eminencia el Cardenal Hummes, seguramente iluminará abundantemente esta dolorosa realidad.
Ganancia
y solo ganancia pueden condicionar la duración de la vida
y la cultura de estos hermanos nuestros. Cuanto más distante
sea la propia cultura del modelo global, tanta mayor resistencia
tendrá que enfrentar la persona para engranar en el proceso
económico de ganancia.
Por ganancia y por la presión se
sobre vivencia física, se coacciona a vender el recinto de
la voz de Dios en el hombre. Una conciencia cristiana
que busca revertir este modelos corre el riesgo de permanecer
en la marginación y el descrédito. Vender la identidad cultural
es vender el ser mismo del hombre, su memoria, su
arraigo, implican tanto su dignidad metafísica de persona como su
indisoluble condición histórica.
La corrupción e impunidad son los guardaespaldas
las muestras de un modelo que une lucro e irracionalidad,
un modelo de explotación y control muy semejante al que
describía Hannah Arendt con respecto al uso de la propaganda
y el terror de los sistemas totalitarios, con la diferencia
que en ellos se pretendía aniquilar cualquier ideología que fuese
disidente del gobierno totalitario, mientras que, en nuestras sociedades, el
modelo dominante, tiene como destinatario de su persecución y cacería,
las diferencias culturales.
Pareciera que hemos olvidado, que el liberalismo agnóstico
y el comunismo ateo, son hijos del mismo principio de
autonomía y soberanía económica que el materialismo devorador ha generado.
Uno mediante la posesión idolátrica de la individualidad, otro mediante
la adoración de la colectividad. Ambos han erigido el altar
sacrificial del dinero, un paradigma en el que se inmola
el hombre, donde el creador se ofrece por su criatura,
realizando una parodia grotesca de la Historia de la Salvación.
Moderar
esta pluralidad de campos culturales y sociales, remite a la
cuestión Conciliar del Vaticano II: La tensión entre inmanencia y
Trascendencia. Este reto acecha el desarrollo político económico con dos
extremos igualmente perniciosos: El secularismo materialista y el fundamentalismo religioso,
polos que en los últimos años se han visto confrontados
a nivel político y armado.
Considero que es fatal confundir el
movimiento inherente del ser humano de progreso integral, que requiere
del desarrollo económico, con la mentalidad del modelo reinante neoliberal
que subordina la persona al factor económico. En el primer
caso, la economía permite el desarrollo de la dignidad humana
“no se tiene para sobre vivir, sino para vivir”. En
el segundo caso se condiciona la dignidad humana a la
economía, “se sobre vive para tener, no para vivir”.
El
desarrollo de una cultura sana y sólida exige que las
condiciones materiales de vida no comprometan la libertad y la
dignidad humana. Elementos que no pueden asegurarse en millones de
personas que viven en esta latitud en extrema pobreza o
miseria. O frente a más de 6 generaciones de ciudadanos
que han nacido con una deuda externa que ni siquiera
sus bisnietos podrán liquidar aún cuando en este momento se
detuviera el monto total del débito. Así, mientras los pocos
capitales consistentes son trasladados al extranjero, para asegurar únicamente un
patrimonio individual, se corona un sistema piramidal de lesión al
bien común, reforzando la arraigada cultura del lucro.
Pero, detrás de
esta forma desproporcionada de ambición financiera, ¿Qué busca el hombre?
¿Qué efecto proporciona el dinero en cada uno de nosotros
que le buscamos con tanto afán? ¿Cuál es la estabilidad
que persigue? La palabra ganancia o lucro ¿No será un
denominador cultural de la necesidad existencial de todo ser humano,
de buscar una seguridad palpable? La ganancia no estará indicando
de laguna manera una acción desesperada de invertir el flagelo
de la miseria vivida o temida, en un nuevo y
real orden de cosas?
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