GIRASOLES
El artista le dio los últimos toques a su cuadro. Era un cuadro que él había titulado «Girasoles». El cuadro estaba lleno de trazos coloridos, enérgicos y seguros. Pero el artista, debido a su extremada pobreza y a una enfermedad que lo consumía, había sucumbido ante una profunda depresión. Lo cierto era que su demencia y su muerte no estaban lejanas.
Acercándose a un amigo, le dijo tristemente: «Nadie me lo quiere comprar. Ojalá me dieran 500 francos por él.» Quinientos francos, allá por 1890, año de la muerte del artista, representaban apenas unos 125 dólares.
En marzo de 1987, una compañía japonesa adquirió ese mismo cuadro, «Girasoles», por la suma de cerca de cuarenta millones de dólares.
¿Quién era el artista? El gran Vicente Van Gogh. Éste, por supuesto, no podía advertir, desde su momento en la historia, lo increíblemente famoso que llegaría a ser.
Van Gogh no puso sólo pintura sobre la tela. Vertió en ella su alma.
Él fue uno de los más grandes pintores impresionistas de todos los tiempos. Sabía cómo plasmar en el lienzo,
con una habilidad natural, la combinación exacta de luces y sombras y colores.
Pero Van Gogh fue un desventurado toda su vida. Hijo de un pastor protestante holandés, su vida transcurrió en medio de dolores, frustraciones, errores y fracasos. Como pintor, fue supergenial; como ser humano, nunca aprendió a vivir. Casi demente ya, concluyó su vida en París, suicidándose.
Ese cuadro, que ni en 125 dólares pudo Van Gogh vender, en el transcurso de los años llegó a valer casi 40 millones de dólares.
¿Qué había en su cuadro «Girasoles» que le dio tanto valor? Creación, arte, genio y amor.
Así como el «Girasoles» de Van Gogh, cada uno de nosotros es un lienzo que, en las manos del Artista Supremo Jesucristo, puede ser transformado en una obra maestra. Cristo vierte, en los que confían en Él, todo el poder del cielo. Lo que antes era fracaso —ya sea fracaso en el matrimonio, en las relaciones, en el negocio o en la vida— Él lo transforma en victoria.
La persona que moral y socialmente valía muy poco, después de conocer a Cristo vale tanto como vale la
vida eterna. Por lo tanto, si nos sentimos afligidos por haber perdido todo amor propio, cobremos ánimo. Cristo puede infundirnos su amor Divino.
Permitámosle que nos dé una nueva vida y un nuevo sentido de valor.