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Autor: P. Mariano de Blas LC |
Fuente: Catholic.net No he venido a ser
servida sino a servir
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Meditaciones del Rosario. Segundo Misterio de Gozo.
La Visita de la Virgen a su prima Isabel.
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![No he venido a ser servida sino a servir](http://es.catholic.net/catholic_db/imagenes_db/celebraciones/visitacion-prima.jpg) |
No he venido a ser servida sino a
servir |
De tal palo tal astilla, o de tal astilla tal
palo. El hijo y la madre tan parecidos, no sólo en la cara sino en la vida. Dos
vidas paralelas.
Dos personas que vinieron a inaugurar una nueva forma de
vivir: No la del egoísmo, sino la de la generosidad y la entrega. El que no vive
para servir, no sirve para vivir.
María es un sí a Dios, un sí a Jesús y
un sí a los hombres.
Un sí a Dios: Hágase en mí según tu palabra. Pero no
una vez o por un rato, sino en todas las oportunidades y siempre. María el
encanto de Dios. Mirarla es sonreír. La única criatura que ha agradado a en todo
y siempre a Dios. Hermana nuestra, intercesora, pararrayos. Nuestra raza ha
producido monstruos horrendos. Pero la figura de María le cura a Dios de todas
las heridas que le provocan los hombres.
Un sí a Jesús: Soy tu madre, tu
compañera, tu sostén hasta la muerte. Lo tuvo en brazos cuando era un bebé
desvalido, lo defendió de la espada de Herodes, lo acompañó en su vida pública
con su oración y fortaleza: Jesús hombre, el Siervo de Yahvé incomprendido se
cobijó a la sombra reconfortante de María, encontrando el único alivio en la
tierra, porque su padre lo “abandonó en la tierra”. “Dios mío, Dios Mío, ¿por
qué me has abandonado?”
María cuidó de un hijo de Dios “abandonado” por
el Padre y perseguido por los hombres. Es difícil imaginar hasta qué punto María
ayudó a Jesús hombre en su dura travesía por la tierra. Le acompañó en la cuesta
más dura, en el último trecho hacia el Calvario. María supo sostener con su
oración y su presencia y con todo el amor de una madre a un dios semiagonizante
que sudaba sangre en Gethsemaní. Y dio aliento a su hijo Dios crucificado para
que terminara de entregar su vida por os hombres. En el templo lo entregó de
niño en sus brazos. En el Calvario lo entrego de hombre en sus mismos brazos.
“Padre, te ofrezco lo que queda de mi hijo en altar destruido de mi corazón de
madre”.
Jesús murió en el lecho duro de la cruz. Pero cobijado por el
amor y el abrazo heroico de María. Retuvo en sus ojos un mar de llanto con la
compuerta de su fortaleza, para no herir más al herido de muerte.
Cuando
Jesús expiró, se rompieron los diques y María se convirtió en un mar de
lágrimas. Jesús da gracias a María por haberlo ayudado a subir al Gólgota, por
haberlo ayudado a morir como un crucificado. En la cruz no quedaba nada de la
omnipotencia de Dios y nada de la dignidad del hombre. Era la aniquilación
total. Jesús no hubiera podido sólo. Quiso necesitar la ayuda de María no sólo
para nacer, sino para morir. Fue corredentora porque ayudo al Redentor a
redimirnos.
Un sí a los hombres: No sabemos lo que le debemos a Dios. Ni
sabemos lo que le debemos a María. Somos muy desagradecidos por ser muy
ignorantes de tanto amor. “Ahí tienes a tu hijo, a tus hijos. No te dé pena de
cómo son. Ámalos y cuídalos, como si fuera yo mismos”. María ha tomado en serio
como al mismo Dios el cuidar de ti y de mí. No cabe duda que uno de los momentos
en que Dios me ha amado más es cuando me dijo: Ahí tienes a tu madre. Desde
entonces hay un amor en mi vida, el más puro, el menos merecido el de la madre
más maravillosa. El corazón que amó a Dios me a mí como madre. ¡Bendito el
momento en que esto empezó a suceder!. La madre de Dios es mi madre.
Ella
me sostiene con su oración y amor a lo largo de mi vida, en mis problemas y
sufrimientos y en la hora de mi muerte Si servir hace felices, María fue la
mujer más feliz, porque fue la mejor servidora. El método ha funcionado siempre,
igual que el del egoísmo jamás ha funcionado ni funcionará. El de servir al
prójimo crea hombres y mujeres felices. Se sirve rezando por los infelices; se
sirve sufriendo por los pecadores; se sirve dedicando tiempo, mi tiempo, al
apostolado; se sirve dando algo mío, y se sirve, sobre todo, dándose a sí mismo
con amor al prójimo.
Donde está María las personas y las cosas
cambian
Nazareth es un pueblo bendito por Ella y por Jesús y José. ¡Qué
trilogía! Nunca tan pocos han hecho tanto por toda la humanidad. La casa de
Zacarías no fue la misma desde que en ella se hospedó María. El nivel de gozo y
serenidad subió al máximo. La boda de Caná, que hubiera acabado en un naufragio
por escasez de vino, terminó siendo la boda más feliz, donde se sirvió el vino
mejor del mundo. Por Ella. La vida de Jesús en este mundo hubiera sido
insoportable sin Ella. Pero la vida de Jesús, la dura vida terrena del Hijo de
Dios fue maravillosamente soportable por aquella flor de Nazareth.
La
vida de un cristiano, la tuya, la mía es muy diferente: amable, dulce,
llevadera, cuando María convierte nuestra pobre agua en dulce vino. María es la
alegría de vivir para quien la toma simplemente en serio. Invito desde aquí a
todos los tristes, pesimistas, amargados a que toquen a la puerta de María.
Verán renacer la esperanza.
Y amar a María es la cosa más sencilla, más
dulce, más inefable. El primer mandamiento de “amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón...” podríamos adaptarlo así:”Amarás a María, tu Madre, una
milésima menos de la que amas a Dios”.
Bendita tú que has
creído...
Tu fe gigantesca borra la incredulidad aterradora de
millones de ateos e incrédulos. Y Dios lo sabe, lo mide. Bendita por ti y
bendita por nosotros, que tanto tenemos la cerrazón de Tomás. Tú dijiste, antes
que él, sin pedir tocar ni ver:”Señor mío y Dios mío”, cuando aquel Dios era
sólo un puñadito de células en tu seno.
Jesús diría a Tomás y a todos los
incrédulos: “Dichosos los que sin ver creyeron”. En aquel momento la alabanza
era para ti y para Juan. Después sería para todos los creyentes. Dichoso el que
sigue creyendo en la Eucaristía, en la Iglesia, en Jesús, en María.
Creer
es un acto de amor y confianza en el amado; no en lo que yo veo o palpo o
discurro, sino en su palabra. Creer es fiarse, es amar, es entregarse sin
agarraderas. La fe fue toda tu vida la estrella polar. La fe te salvó de la
desesperanza y del orgullo; de la rutina y del cansancio. La fe es la victoria
que vence al mundo. Tú eres la mujer vencedora por excelencia.
Mi
alma glorifica al Señor...
Debías cantar muy bellamente. Me gustaría
oírte cantar uno de tus canciones favoritas, el Magnificat con el alma encendida
de amor y gratitud a tu Creador. Sabías agradecer: Te nacía del alma como fuente
a flor de corazón. Sabías ser humilde: Eras la humildad encarnada y
transparente. Conocías tu grandeza, pero sabías que era regalo, y así lo
proclamas: “Soy grande, andaré boca de todas las generaciones, porque Él es
bueno y grande”. Yo sé que das las gracias a quien te reza un
avemaría.
Te llamas esclava, palabra sublime de amor. Ser esclavo del
amado representa la plena disponibilidad, el sí total; por eso al llamarte
esclava te declarabas totalmente a las órdenes de tu amado, Dios.
Del
amor hiciste tu identidad. Te podemos llamar Amor como san Juan llamaba a Dios.
De amor llenaste la vida, y, así, esa vida se tornó maravillosa como todo lo que
toca el amor. De amor viviste , y de amor moriste. Y de amor vivirás eternamente
en el cielo; enamorada para siempre de tu Dios y enamorada de tus pequeños.
Enséñanos a amar, a vivir de amor como
tú.
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