Puercoespín
Los caballos andan en manadas, los peces en cardúmenes, los mosquitos en oleadas. La gran mayoría de los animales siempre se mueven en grupo. Cebras, pingüinos, elefantes, cebúes, palomas, delfines, todos excepto el puercoespín. Este es un animal que siempre está solo. La razón es bien conocida. Su nombre significa "espalda irascible", y tiene dos maneras de reaccionar. O se esconde frente a una amenaza o ataca. Se aproxima a su adversario y eriza las púas de su cuerpo.
Al clavarlas, el calor del cuerpo receptor genera que de las puntas de las púas emerjan unos ganchos que adhieren con mayor rudeza la púa a la carne. Obviamente sacarse la púa duele, lastima y deja marcas. Por eso es que el puercoespín anda tan solo. Incluso porque lastima a aquellos que quiere.
El ser humano tiene también algo de este animal. No tenemos púas visibles, pero el rechazo, condenación, resentimiento, arrogancia, egoísmo, envidia, desprecio, violencia, agresión u orgullo con los que manejamos nuestras relaciones tienen el mismo efecto devastador. Lastiman, hieren y dejan marcas.
Siempre vemos con claridad la agresión que padecemos; podemos identificar cada púa que nos lastima y describirla a la perfección. Lo que muchas veces no vemos o no queremos ver son las púas que nosotros tenemos y usamos para lastimar a aquellos que nos rodean. Y que muchas veces somos nosotros aquellos que molestos e irritados dañamos a quienes nos rodean.
Esto provoca una sociedad más solitaria, relaciones más distantes, menos compromiso, menos afecto. Pero va en contra de la idea de Dios para cada persona. Dios nos creó como un ser social. Y naturalmente deseamos ser parte de un grupo, de un entorno. Nos agrada recibir caricias, mimos, cariño, amor, besos y regalos. Nos gratifica ser reconocidos y valorados.
Hoy Dios nos desafía a sacudirnos la mala costumbre de actuar como un puercoespín, y en lugar de erizar nuestras púas de agresión, intentemos cuidar nuestras relaciones. A cuidar nuestras reacciones y actitudes, a tener cuidado en nuestro hablar y actuar. Porque el inicio de una buena relación depende exclusivamente de lo que vos hagas. No busques culpas en las acciones de los demás. Eso te hace ser un puercoespín.
REFLEXIÓN – ¡Ojo, sos un puercoespín para quien tenés al lado!
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