¿Cuáles son mis expectativas cuando hago el bien? Es decir: ¿Cuáles son mis motivaciones para hacer lo que está bien? Frecuentemente, hacemos buenas obras - sí aún las obras del Señor - más por lo que nosotros podemos ganar de ello que por el bien de los demás. Y frecuentemente, es inconscientemente.
Para crecer en santidad, necesitamos preguntarnos continuamente esto: ¿Qué tan centradas están mis decisiones y acciones en los demás? ¿Qué tan egoístas son?.
Generalmente, el indicio que lo estamos haciendo más por los demás es nuestro consentimiento de hacerlo cuando es un sacrificio. Nuestro mundo hoy se ha alejado del espíritu del auto-sacrificio, y nosotros los cristianos con frecuencia nos hemos movido con él.
No hay nada malo con servir a nuestras propias necesidades, ni en recibir buenos frutos de nuestros actos de caridad. Como dice Jesús en otra parte, lo que medimos es lo que se nos mide a nosotros. Somos bendecidos cuando bendecimos a los demás. Pero si hacemos algo simplemente por el beneficio de recibir algo a cambio, entonces nuestro motivo es impío.
En el ejemplo de hoy, Jesús no implica que no debemos invitar a nuestros amigos a una cena a menos que ellos sean incapaces de devolver el favor. Esa interpretación sería demasiado literal y malinterpretaría las cosas. El mensaje verdadero es que cualquier cosa que hagamos, la debemos hacer por amor: Debemos hacer el bien a los demás por el propósito del beneficio que ellos recibirán. Cualquier cosa que recibimos a cambio es una bonificación.
Jesús predica la Regla de oro otra vez (mencionada primero en el Sermón de la Montaña): Haz a los demás lo que tú quisieras que te hagan a ti-pero no PARA QUE ellos hagan lo mismo por ti, sino porque el amor de Dios llega al mundo por medio de ti.
Que tan enojado te pones cuando los demás te tratan cruelmente después de que fuiste amables con ellos. Entre más injusto o desigual es el dar-y-recibir, más nos enojamos y más nos sentimos lastimados. ¡Si trabajamos duramente en nuestros trabajos y el jefe le da una promoción a un colaborador flojo, que tan rápidamente nos quejamos por la injusticia! ¡Si un sacerdote nos desilusiona después de que hemos sido generosos a la parroquia con nuestro tiempo o dinero, que tan rápidamente reducimos nuestros donativos!
Al llegar a estar más conscientes de nuestros motivos para hacer el bien y nuestras reacciones no balanceadas al dar y recibir, nosotros nos liberamos de la esclavitud del egoísmo.
"Tu recibirás tu recompensa en la resurrección de los justos". El fruto de esta promesa empieza en el momento que decidimos ser como el resucitado, Jesús, en nuestro servicio a los demás. La recompensa para acá y ahora es la gracia que Dios nos da para permitirnos hacer cualquier cosa que él nos pide, desinteresadamente, puramente, y generosamente.
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