Un místico sufí que había sido feliz toda su vida –nadie le había visto nunca infeliz- siempre se estaba riendo. Era la risa misma, todo su ser era como un perfume de celebración.
Ya anciano, cuando se estaba muriendo, incluso postrado en su lecho de muerte estaba disfrutando de la situación riendo divertidísimo. Un discípulo le dijo:
-nos confundes. Te estás muriendo. ¿por qué te ríes? ¿qué hay de divertido en ello? Nosotros nos sentimos tan tristes… te quisimos preguntar muchas veces por qué nunca estabas triste. Al menos ahora, enfrentado la muerte, deberías estar triste, ¡y aún ahora te estás riendo! ¿cómo te las arreglas?
Y el anciano dijo:
- la clave es simple. Se la pregunté a mi maestro. Fui a mi maestro cuando yo era joven –sólo tenía diecisiete años- y estaba sentado debajo de un árbol riendo sin ninguna razón aparente. No había nadie más, ni había ocurrido nada parecido, y él se estaba riendo agarrándose la tripa. Yo le pregunté: ¿qué te ocurre? ¿estás loco o qué?”.
“Él dijo: “un día también estaba tan triste como tú, y entonces caí en la cuenta de que esa era mi elección, esa era mi vida. Desde ese día, cada mañana, al despertarme, la primera cosa que hago antes de abrir los ojos es decirme a mí mismo: “Abdullah –ése era su nombre- ¿qué quieres?: ¿miseria? ¿dicha? ¿qué vas a elegir hoy?”. Y ocurre que siempre elijo la dicha”.
Se trata de una elección. Inténtalo. Nada más despertarte, cuando te das cuenta de que el sueño te ha dejado, pregúntate: “Abdullah, ¡un día más!, ¿qué quieres? ¿qué es lo que eliges?: ¿sufrimiento o dicha?”.
Y ¿quién eligiría la miseria Y ¿por qué? Es tan antinatural… a menos que uno se sienta dichoso siendo mísero. Y entonces estarías eligiendo igualmente la dicha, no la miseria.