Tal vez su propia hija. Patética escena, indisculpable manifestación de desamor hoy muy frecuente en nuestras calles.
Molesto una vez más, porque había visto otras veces actos de tamaña estupidez, no me contuve y desde pocos metros le reproché precisamente de ese modo: “…la llevás como si fuera un paquete… que si se cae, no importa tanto ¿no?”... Como una cachetada me volvió el consabido “¿y a vos, qué te importa?”; “¡Mirá lo que son las cosas” alcancé a decirle,“parece que a mi, que no soy nada de la criatura, me importa más que a vos que debés ser la madre!”.
Arrancó de nuevo y se fue no sin privarse de articular entre dientes agudos mensajes (puteadas, va!) que seguramente ella pensaba servirían para humillarme, negarme, herirme.
Este fenomenal circo callejero tiene muchos actores, a saber: los que hablan por celular mientras conducen; los que, entre pecho y volante, usan a sus propios hijos como si fueran air-bags de carne y hueso; los que van de contramano y que violan las luces rojas; los que circulan con motos y hasta cuatriciclos por las veredas… Para qué seguir con lo que todos ven.
Sospecho que allí hay algo más que falta de educación, descaro o insolencia; hay algo así como una tendencia a menospreciar el valor de la vida. Claro, no digo que esta gente se siente a decir literal y concientemente “bah!, la vida no vale nada”. Lo que digo es aun peor: ¡es gente que ni siquiera se ha planteado alguna vez la posibilidad de que la vida tenga algún valor! Un valor, al menos, en su carácter de irrepetible.
Me parece que actitudes como la relatada son las que nos están llevando, en otros campos de la vida cotidiana, a cometer actos que anuncian profundos sentimientos de desvalor en la estimación de la existencia… tanto de la propia como de la ajena. En el ámbito del tránsito surge entonces la pregunta: ¿Cómo diablos piensan, los que pergeñan campañas de educación vial, que si padres y madres, tíos y hermanos son capaces de cometer tan violentos actos de afrenta en contra de la vida de los de su propia sangre, luego van a entender algo cuando los mensajes sugieran respeto por la integridad de terceros que se les crucen eventualmente en el camino? El problema es idiosincrásico y no se resuelve con un avisito más en la radio o en la tele; o con señalizar con un cartelito más, o menos, un peligro inminente; o desparramando inspectores que llamen la atención a alguien mal estacionado, mientras que a sus espaldas otros conductores cometen infracciones mucho más graves.