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General: Damas que hicieron historia 5
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: POMPEYHA  (Mensaje original) Enviado: 07/03/2010 15:53
Las guerreras

Serranías y arroyos, visión escarpada por ondulaciones del paisaje y mucho espacio fueron las nodrizas de Juana Azurduy mientras crecía semisalvaje en las afueras de Chuquisaca, hoy Bolivia, ayer Alto Perú. ¿Cuáles son los ingredientes para forjar una heroína de todos los tiempos? ¿Una madre india y un padre español permisivo, desilusionados por la muerte de un bebé varón y el nacimiento de una niña? Padre y madre dispuestos a dar amor a pesar de su desilusión, en todo caso. Primero fue una infancia poblada de nativos de la tierra y espacio para recorrer; más tarde, una educación formal a través de historias de santos guerreros en un convento. Y un padre deseoso de transmitir su oficio y su destreza a su progenie, fuera varón o mujer. Caballos para montar, vocación para proteger lo vulnerable y una voluntad sin género. Restricciones constantes, impedimentos e injusticias hicieron el resto.

Mientras Juana Azurduy nacía en la finca familiar de los Azurduy, los territorios colonizados por los españoles en América del Sur apenas se contenían dentro de las costuras impuestas por el régimen. Matías Azurduy, por ejemplo, español casado con la chola Eulalia Bermúdez y dueño de extensas tierras que trabajaba con la ayuda de indios nativos y de una casa en la ciudad, tenía todos los derechos. Pero no así sus hijas.

Cuando Juana, ya casada con Manuel Padilla y madre de cuatro hijos, se incorporó con toda su familia a la lucha contra los realistas, su cabeza ya tenía precio. La alternativa era seguir oculta en un promontorio sólo conocido por los indios, en eterna espera de su hombre, cuidando que los niños no cayeran al abismo. Quizá creyó que la guerra no duraría tanto tiempo. Y no sabía en ese momento que esos cuatro hijos no sobrevivirían para ver el mundo mejor por el que ella y Manuel estaban peleando.

A partir de entonces, Juana participó de la guerra de guerrillas que se desarrolló en el Norte, hostigando a las tropas españolas, interceptándoles el paso hacia el Sur, impidiendo que recibieran víveres, alzando a indios, mestizos y criollos, en alianzas precarias con otros caudillos. La asistían un aura de Pachamama, su habilidad nata como amazona y una destreza fuera de lo común para el combate. Adiestró y lideró varios cuerpos de soldados; entre ellos, las Leales y las Amazonas. Hablaba aimara y quechua, además de castellano. Belgrano pidió conocerla, y le regaló un uniforme y su espada; solicitó al gobierno de Buenos Aires que se le diera el título de teniente coronel del Ejército Patriota.

En medio de una escaramuza feroz con los enemigos, Manuel le ordenó huir con los pequeños mientras él y los pocos fieles que le quedaban los distraían. Debió internarse en un monte pantanoso que desconocía. Los cuatro hijos se enfermaron y murieron. Cuando emergió de ese pantano y se reencontró con Manuel, ya era otra Juana. Había perdido toda compasión. A partir de ese momento, no tomará prisioneros. Ni siquiera la suavizará el nacimiento de una quinta hija, Luisa, la única que la sobrevivió. La había parido en pleno combate y para salvarla debió pelear con ella en un brazo y la espada en el otro. La depositó con la india que la criaría y volvió a la batalla.

La muerte de Manuel, el amor de su vida, marcó el momento en que se retiró de la lucha. Sólo se quedaría a la elección de su sucesor dentro del intrincado panorama de caciques que se dividían la resistencia en el Norte. Luego partió para Salta, donde acompañó a Güemes hasta la muerte de éste. Pasó los últimos años en su Chuquisaca natal, escribiendo cartas a los gobiernos de Bolivia y Argentina, reclamando su pensión y relatándole su vida a un sobrino que la acompañó hasta su muerte.

La resistencia salteña

En la provincia de Salta estaban Martín Güemes y sus gauchos, y una red femenina de espionaje audaz e ingeniosa de la que participaban miembros de todas las clases sociales. Se disfrazaban, seducían, ocultaban papeles en el ruedo de la pollera, montaban a caballo y recorrían largas distancias para obtener información y avisar a sus maridos, hermanos o hijos que estaban en el ejército patriota. Los realistas no podían respirar sin que se enterara una de ellas y se activara la red de comunicación hasta llegar a oídos de los jefes independentistas.

Una de ellas fue María Loreto Sánchez Peón de Frías. Para tener una comunicación rápida y frecuente desarrolló un sistema simple: un buzón natural en medio de la nada. Un árbol al que se le había hecho un hueco y luego vuelto a tapar con la misma corteza. Un árbol cerca de donde las criadas iban todos los días a lavar la ropa y a buscar agua. Ellas transportaban el papel con la ropa sucia y lo dejaban en el hueco sin ser vistas. Luego, el jefe patriota lo retiraba a la noche y dejaba a su vez instrucciones y pedidos de información.

Por ejemplo, la cantidad de soldados realistas que había en cada momento. Doña Loreto se disfrazaba de viandera e iba con su canasta de comida en la cabeza y granos de maíz en los bolsillos a sentarse a la plaza donde estos acampaban. Cuando aparecía el oficial y empezaba a cantar uno por uno los nombres, ella pasaba un grano de maíz de un bolsillo a otro por cada presente. Luego enviaba esa información vía el buzón arbóreo al jefe patriota. Cada vez que había un cambio, por deserciones o llegada de refuerzos, repetía la operación.

Alguna vez tuvo que llevar la información ella misma porque no había tiempo para hacerlo de otro modo. Conocía ese territorio arbusto por arbusto y montaba a caballo como una amazona. Vivió más de 100 años, y llevó la insignia celeste en el pelo hasta el final.

Otra punta de la red femenina en Salta fue Macacha Güemes, hermana de Martín. Casada desde muy joven con un español simpatizante de los realistas, y parte destacada de la vida social salteña de ese momento, Macacha conseguía información que luego le hacía llegar a su hermano. Espía sagaz y operadora política de lujo, lo protegía, lo ponía sobre aviso de cualquier cambio de marcha. La Antígona salteña era ojos, oídos y brazo de su hermano en la ciudad. Armó un taller de costura en su casa para vestir a los gauchos de Güemes. Y era capaz de ir sola, embarazada y de noche, a galope de caballo por los caminos que conoce desde su infancia hasta el campamento para avisarle de alguna emboscada. Cuando las negociaciones entre el jefe salteño y el general José Rondeau, con órdenes de Buenos Aires, llegaron a un punto muerto y había amenaza de ruptura, ella destrababa y se llegaba a un acuerdo. Dicen que su hermano murió en sus brazos.

Hasta aquí, el relato de la vida de diez mujeres de las que se guarda registro histórico sobre su participación en la gesta de la Independencia. Toda selección deja afuera elementos valiosos: hubo muchas más.

Aun así, es posible una conclusión: las mujeres estuvieron muy presentes y activas antes, durante y después de la Revolución de Mayo. Desplegaron su potencial y afectaron el curso de los acontecimientos. Algunas, desde sus roles tradicionales, que son suficientemente heroicos, entonces y ahora. Otras, demostrando que el coraje, la voluntad, la capacidad de organización y el talento no tienen género o época.

Por Sylvia do Pico
revista@lanacion.com.ar



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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: tulis0 Enviado: 08/03/2010 00:22

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: SoyMóni Enviado: 08/03/2010 02:29
cartel_mujer.jpg Feliz Dia de la Mujer image by danielagamarra

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