En Cristo, estoy sereno y equilibrado.
Una enfermedad puede ser el primer indicio de que estoy fuera de balance. Además de atender mis necesidades físicas con descanso y recuperación, también recuerdo cuidar de mi bienestar espiritual.
Si me siento abatido, abrumado o desvinculado de la Fuente, mi mente, alma y cuerpo lo reflejarán. De manera que busco mi centro de paz. Enfoco la atención en mi respiración, relajo mi cuerpo y apaciento mi mente. En oración avivo mi naturaleza crística y me aparto del mundo externo. Todo mi ser está en armonía, me sé uno con Dios.
Al encontrar mi equilibrio, utilizo la energía más sabiamente. Cultivo un corazón amoroso. En unidad con la serenidad y la sabiduría divina en mí, mi mente, mi cuerpo y mi alma están en perfecto equilibrio.
No descuides el don que hay en ti.—1 Timoteo 4:14
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