Habían pasado sólo tres años desde que KENNETH ARNOLD había visto, el 24 de junio de 1947, nueve extraños objetos en las proximidades del monte Rainier (Washington, EE UU) cuando ÓSCAR REY BREA dio con la solución al enigma: los platillos volantes procedían del planeta rojo. Doce años después de la llegada de los marcianos a Estados Unidos de la mano de ORSON WELLES y La guerra de los mundos, el joven ufólogo gallego se contagió de una obsesión que marcaría el quehacer de EDUARDO BUELTA y ANTONIO RIBERA, contemporáneos suyos y pioneros de la ufología española.
Marte también cautivó a MANUEL PEDRAJO, un cántabro que en 1954 escribió Los platillos volantes y la evidencia, el primer libro español sobre el tema. Pedrajo, cuya aportación a la ufología ha sido nula, mantenía que los tripulantes de los ovnis eran marcianos que habían sobrevivido al deterioro climático de su planeta. Los platillos volantes aparecían en la obra por todas partes; pero la evidencia brillaba por su ausencia, una evidencia que sí parecía existir en los casos de Rey Brea y Buelta.
A decir de sus biógrafos, Óscar Rey Brea se sintió atraído por los platillos volantes «antes incluso de que existieran», ya que observó un ovni en tierras soviéticas en 1943. Aunque «no fue un concienzudo investigador de campo ni un teórico perseverante» [Cabria, 1993], el ufólogo gallego aseguró en 1954 que había descubierto una correlación entre las apariciones de platillos volantes y las épocas de mayor proximidad de Marte y la Tierra. Esta teoría, conocida como del ciclo bienal marciano, fue desarrollada por Rey Brea en diversos artículos periodísticos y por Eduardo Buelta en Astronaves sobre la Tierra, un opúsculo de 28 páginas publicado en 1955. Con el paso de los años, la idea fue asumida por Antonio Ribera, el más importante y respetado de los pioneros.
Rey Brea y Buelta consideraban que los habitantes de Marte viajaban a la Tierra cuando ambos planetas se encontraban más próximos, una vez cada veintiséis meses. Sin embargo, mientras Buelta mantenía que las oleadas de observaciones de ovnis se desplazaban hacia el Este y respondían a un programa de exploración con final a plazo fijo, Rey Brea rechazaba los presupuestos de su colega. El ufólogo gallego tuvo que reconocer en 1953 que se había confundido al predecir un aumento en las apariciones de platillos volantes, aunque mantuvo la validez de la teoría bienal hasta su muerte en 1973. Eduardo Buelta, un hombre «intransigente en lo concerniente a sus teorías» [Cabria, 1993], vio en 1961 como su castillo de naipes se venía abajo al haber anunciado la última oleada de ovnis para mayo de ese año, ya que entonces iba a acabar el programa exploratorio marciano. A pesar de que ninguna de las aportaciones de estos autores se sostiene, los ufólogos siguen venerando hoy en día sus figuras como las de valientes pioneros, las de galileos redivivos.