Ocurrió la noche del 19 al 20 de Septiembre de 1961. Barney Hill y su esposa Betty Miller regresaban de Canadá, donde habían pasado unos días de vacaciones. El Chevrolet Bel Air que conducía Barney avanzaba por la zigzagueante U.S.3, la carretera nacional que lleva a Portsmouth, localidad donde los Hill tenían su residencia.
-Antes de las tres de la madrugada habremos llegado -precisó Barney.
La radio del coche, entre ráfagas de música, había advertido de la presencia de un huracán que parecía dirigirse a la zona del Estado de Vermont, donde ellos se encontraban.
-Todo tan solitario..., y ese huracán... -comentó intranquila Betty.
Barney, que intentaba tranquilizarla, ańadió:
-Estamos cerca de Colebrook. Allí podremos comer algo.
Fue una colación rápida porque Betty, cada vez más agitada, deseaba llegar lo antes posible a casa.
Cuando al salir del restaurante Betty subió al coche, miró el reloj. Eran la diez y cinco minutos. Quedaban por recorrer 274 kilómetros. Pero la carretera era ahora más recta y permitía una mayor velocidad.
Y Barney, ante el gesto de su esposa, insistió:
-No te preocupes; antes de las tres estamos en casa.
La luna, enorme y brillante, iluminaba la carretera y Barney fue ganando tiempo. En el coche todo era silencio. Delsey, la perrita de los Hill, dormía en el suelo del coche, a los pies de Betty. Y ésta empezaba ya a adormilarse cuando...
-żVes esa luz, Barney?
Y Barney, distraído:
-Sí, llevo un rato viéndola. Seguramente es un satélite.
Pero la luz, inicialmente lejana y con una velocidad constante, pareció girar y se fue agrandando.
-Creo que se dirige hacia aquí... -se inquietó Betty.
Y en ese instante, despertando, Delsey inició un gemido medrosa. Detuvieron el auto y, en tanto Betty paseaba a Delsey, Barney enfocó unos prismáticos en dirección a la luz, que mantenía ahora una dirección errática. Finalmente, volvieron al coche. Barney, inconscientemente, aumentó la velocidad. También él empezaba a presentir una extrańa amenaza. Una amenaza que se iba materializando porque aquella luz, ahora más cercana, mostraba una figura alargada envuelta en un juego de colores parpadeantes que iban del rojo al naranja y, luego, del verde al azul. Y aquel objeto –un objeto material, sólido, sin parecido alguno con cualquier nave terrestre– se cińó al coche y lo fue siguiendo. Era un objeto enorme, amedrantador. Delsey gemía inquieta. Y el objeto, ahora enfrentando el coche, había dejado su juego de luces cambiantes y se mostraba cegadoramente blanco. Betty, que parecía fascinada por la belleza de la luz que desprendía el objeto, gritó a Barney:
-ˇDetente! ˇNunca has visto una cosa así!
Barney llevó el coche a un lado de la carretera y, dejando el motor en marcha, bajó. Enfocó los prismáticos y...
John G. Fuller, a quien debemos casi toda la documentación de este caso, describió ese momento cumbre con estas palabras:
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Mapa del área donde los Hill fueron abducidos por unos seres extraterrestres a bordo de una nave espacial.
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«En tanto Barney miraba a través de los prismáticos, el enorme objeto su diámetro tenía la misma anchura que la distancia entre dos de los postes del teléfono a lo largo de la carretera dio silenciosamente una vuelta completa sobre la carretera, quedando sólo a unos treinta metros de distancia de ellos. La doble hilera de ventanas de aquel objeto era ahora perfectamente visible».
«Barney estaba muy asustado, pero, sin saber por qué, cruzó la carretera, se adentró luego por el campo y avanzó directamente hacia el objeto. Ahora, el enorme disco estaba inclinado en ángulo hacia Barney; dos proyecciones, semejantes a aletas de pez, salían por ambos lados, y tenían luces rojas en los extremos. Las ventanas parecían convexas y se extendían en torno al perímetro del disco grueso y en forma de torta. Seguía sin oírse el menor ruido. Lleno de agitación, pero poseído todavía de un irresistible impulso de acercarse más y más al vehículo, Bamey continuó avanzando por el campo, llegando a sólo quince metros de distancia del objeto, que había descendido hasta la altura de las copas de los árboles. Barney no calculó su tamańo, pero se dijo que era tan grande como un avión de pasajeros de propulsión a chorro, o mayor quizá.»
Betty, al borde de la histeria, gritó a Barney que volviera, pero, prosigue Fuller en su libro El viaje interrumpido (1966):
«Detrás de las ventanas, Barney ve las figuras; por lo menos media docena de seres vivos. Parecían estar apoyados contra las ventanas transparentes, mientras el objeto descendía hacia él. Estaban agrupados, mirándole. Advirtió vagamente que iban de uniforme. Betty, a casi sesenta metros de distancia, le gritaba desde el coche, pero Barney no recuerda haberla oído.»
A partir de ese momento, posado ya el objeto en el suelo, Barney intuyó –lo intuyó con la fuerza de una certeza– que iba a ser raptado. Y sintió terror, pánico. Temblando, arrancó sus pies, que parecían atornillados al suelo, y salió huyendo en dirección al coche. Subió en él y, al tiempo que arrancaba, pidió a Betty que mirara por la ventanilla. El pobre Barney estaba al borde de la histeria y temía ser perseguido por aquel objeto. Betty dijo luego que miró y no vio nada. El objeto, aparentemente, había desaparecido, pero cuando miró hacia arriba todo era oscuridad, no había estrellas y Betty sintió el escalofrío de saber que el objeto estaba sobre ellos. Y, en efecto, el coche empezó a vibrar y Betty y Barney, también Delsey, que se puso a gemir casi histéricamente, oyeron un extrańo bip-bip de timbre electrónico. Y ambos comenzaron a sumirse en una cosquilleante somnolencia. A partir de aquel momento, quedaron como cubiertos por una especie de neblina.
Algo más tarde, aunque no supieron decir exactamente cuándo, el bip-bip volvió a sonar y a medida que el segundo bip se iba haciendo más sonoro, los Hill fueron recuperando lentamente la conciencia. Seguían en el coche que Barney conducta a una velocidad normal. «Al principio –dijo Betty– permanecimos en silencio; luego yo pregunté a Barney: "Y ahora, żqué ?żCrees ahora en los platillos volantes?: A lo que Barney repuso: "ˇNo digas tonterías! ˇNaturalmente que no!»
Y volvió a hacerse el silencio y los Hill tan sólo salieron totalmente de su somnolencia al llegar a la autopista nueva, a la U.S.93. En ella un letrero indicaba que a 17 millas (unos 27 kilómetros) se encontraba la ciudad de Concord. Y fue entonces cuando los Hill se percataron de que habían recorrido cincuenta y seis kilómetros –de Indian Head a Ashland– sumidos en la inconsciencia.
Cuando los Hill llegaron a casa, en Portsmouth, Estado de New Hampshire, estaba ya amaneciendo y, extrańados, miraron la hora, pero sus relojes se habían parado. El de la cocina indicaba las cinco y unos minutos de la madrugada.
Y Barney comentó:
-Parece que hemos llegado un poco más tarde de lo que habíamos previsto.