MAILOV I
Mailov, en ese mes de mayo quería dejar que el pensamiento de Leo Frank Park, como lo había ella bautizado tomando las primeras letras de cada uno de su nombre y primer apellido, solo que espero muchos años para decirlo, que en adelante así se llamaría en el argot literario.
Mailov, comenzó por mover los hilos de aquel pensamiento inocuo en ideas transcendentales, de comportamiento que rayaba lo ridículo, en cada uno de sus letargos comportamientos, porqué el Leo de entonces caería de emociones que lo llevaran a caminar por los orbes placidos de la fantasía, era triste verlo recorrer las calles con la mirada ida y el pensamiento sin un puente pensante para poder pasar.
No tenía en su haber esa chispa incendiaria, de algo que brillara en su pensamiento, era una mente de laberintos muy oscuros, y de sombras tan parcas que no concebía la luz de hacer algo que valiera la pena para sumar y menos multiplicar en ese interrogante de quién en verdad era Leo Frank Park. Se diría que era un cero siempre a la izquierda muy devaluado para valer al menos un céntimo.
Solo era objetivo en hacer males, en hacerle la vida imposible a sus padres, en acarrearles zozobra con cada una de sus desconcertantes acciones nada que alabar, por que despertaba la codiciada ira de romperle el alma hasta dejarlo sin entrañas, tan su padre como su madre les asombraba la idea de descuartizarlo en castigos inclementes, cada vez más duros y de una violencia poco consecuente con su edad.
Fueron siete años de castigos inimaginables para contarlos, para poder mostrar ese dolor descarnado que Kiko, sentía en cada muenda dada con rabia, con ira, con un salvajismo poco inusual de los padres que en verdad aman a sus hijos.
Kiko, como lo llaman entonces era el niño del cuerpo lacerado, de las heridas abiertas con olores putrefactos al ser descomposición de la materia en pus, por la infección de cada latigazo al rasgar la carne y dejar la herida expuesta al aire, causaban en su piel ese descompuesto fétido por largos quince días mientras por si mismo se curaba el mismo al bañarse con saúco y otras hierbas para sanar su piel.
Los castigos no eran de uno o dos latigazos, era colgado de las manos, completamente desnudo, en un principio en una columna de cedro, cuando tenía un poco menos de los diez años y mostrado al publico en una tarde gris, cuando los chicos salían de las escuelas, cada latigazo con tres líneas de cables de calibre diez con sus puntas recogidas para rasgar más la piel con cada impacto.
Mientras los gritos aullaban con alaridos de piedad y clemencia, el dolor sentido ardía intenso mientras uno y otro latigazo inmisericorde sacaba bocados de piel y la sangre vertía de cada cuatro heridas mas, eran cuatro puntas filtrándose con soberbia, con rabia, cómo si aquello fuera a cambiar el pensamiento de aquel niño indolente, indefenso, sumido al infierno del dolor, por haberse quitado diez pesos del bolso de su tía Elisa que había llegado de vacaciones a dónde su hermana.
Kiko, no derramaba lágrimas, el dolor intenso no le permitía darse ese lujo de llorar para lavar de alguna manera ese desgarrador dolor, sembrado en su inocente piel aun de niño, ¡No más…! Por favor… Para!, no conocía en su léxico la palabra piedad, y la pedía a gritos… No conocía la palabra piedad y ese día la pronuncio una y otra vez, porqué ese día fue más de medía hora arremetido, la furia de su madre se empecinaba en ver más sangre derramada y no contaba con el tiempo, para ella no existía, más que dolo de la ira y la rabia la escupía allí valientemente con esos cuatro cables que silbaban en el aire con desmedida fuerza para hacer cada vez mas daño en aquel cuerpo.