Teatro de ojos de cristal nacarados como la Luna. Caras de lana albina y cabellos caer, caer. Chalecos de ancha seda -rojos como el Otoño- cubran tu cuerpo blanco, tu bello rubio, tu ombligo blanco.
Un día de dos soles proyecte tu perfil metálico bajo la sombra del fin: y qué efímero aislamiento de afectos pálidos, de costillas y de mimbre, para guardar el corazón muerto de hambriento.
Una guitarra de árbol desprovista de alambres sin música y sin son. Tu columna de carne de cien huesos huecos todos señalándome, como índices aguijones. |