De los dos quien se vaya hasta el final
que apague las velas tergiversadas,
y los umbrales del lecho pasional
sellados los deje en el arrabal
con las noches de llamas desenfrenadas.
Al fondo del océano que destine
las llaves que abrían las cerraduras
de las paredes cuyo hado se define.
Añoraré de tu voz sus ataduras,
y cada que el sol en el crepúsculo decline
tu ponzoña acuosa serán mi locuras.
Compraré la concepción ofertada
que de algo perenne no queda nada,
que nuestra eternidad fue de despedidas,
laqueando a nuestro cielo de oscuridad,
cual aullido de una fiera de gran calamidad
que le roba a la luna y la mata a mordidas.
En la nada enclaustraré mi roce labial
para rumbear una danza solitaria,
el estruendo de la ilusión trocaré fatal,
pues el pretérito ya es de papel su indumentaria,
soportaré en mis ojos la privación visual
de tu integridad como una dolencia estrafalaria...
el estertor se va tornando postrimero,
vivirás en mi mente mientras lento muero.
En este otoño de mi vida añoraré
ese estío cuyo verdor emergía en tu sonrisa,
y ahora que emitimos ‘un adiós’ de prisa,
acepto mi destino, aunque no te olvidaré.
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